Queridos diocesanos:
Cuando todavía oímos los ecos de la clausura del Año Santo Compostelano, la liturgia de la Iglesia nos anima a vivir la Cuaresma como preparación a la solemnidad de la Pascua. “El retiro, nos dice el Papa en su Mensaje, no es un fin en sí mismo, sino que nos prepara para vivir la pasión y la cruz con fe, esperanza y amor, para llegar a la resurrección”[1]. Dios nos sigue buscando para implicarnos en el proyecto de su Reino (Mc 1,16-24), llamándonos a la conversión y a creer en el Evangelio. Como se nos recordaba en el Año Santo, hemos de salir de nuestra tierra como Abrahán porque Dios nos espera siempre allí donde quiere que lleguemos. Es posible que nos sintamos espiritualmente, como en tierra extraña, estando siempre a la defensiva. El pecado nos encierra en nosotros mismos pero puede abrirnos paradójicamente al amor y a la misericordia de Dios que nos ve mejor de lo que nos vemos nosotros mismos (Jn 8,1-11) y espera siempre con los brazos abiertos al hijo que se ha ido de casa (Lc 15).
La Cuaresma, metáfora del paraíso perdido
La Cuaresma es el desierto, metáfora del paraíso perdido, en el que labramos nuestra conversión, venciendo las tentaciones. En ese ámbito hemos de revitalizar el don de nuestra fe, avivar el deseo de Dios: “Oh Dios, tú eres mi Dios por ti madrugo; mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua” (Ps 62,2), guardar silencio que nos libere de los ruidos internos y externos, ofrecer nuestra disponibilidad para cumplir la voluntad de Dios como hizo Jesús tentado en el desierto (Lc 4,1-13) y compartir la fatiga cotidiana sostenidos por una esperanza fiable y con un espíritu sinodal. “Podemos afirmar que nuestro camino cuaresmal es sinodal, porque lo hacemos juntos por la misma senda, discípulos del único Maestro. Esto nos ayudará a comprender mejor la voluntad de Dios y nuestra misión al servicio del Reino”[2].
Las raíces de nuestra vida como comunidad cristiana son mantenerse unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir teniendo los sentimientos propios de Cristo (cf. Fil 2,1-11). De manera especial en este tiempo cuaresmal os animo a sentir la Iglesia con una actitud agradecida por la transmisión del Evangelio a través de ella, sabiendo que sus problemas son los nuestros; a sentir en la Iglesia viéndola como un cuerpo cuyos miembros están al servicio de todo el cuerpo; y a sentir con la Iglesia no convirtiendo nuestro criterio personal en criterio absoluto y poniendo al servicio de los demás los dones recibidos.
Recordemos que en la misión no va incluido el éxito, pero esta certeza no ha de llevarnos ni a la indiferencia ni a la pasividad. “La ascesis cuaresmal es un compromiso animado por la gracia para superar nuestras faltas de fe y nuestras resistencias a seguir a Jesús en el camino de la cruz”[3]. No tenemos excusa para no dar frutos de santidad que glorifiquen a Dios. Hay que podar las ramas secas que impiden crecer el árbol de nuestra vida. La vocación cristiana debe ser vivida siempre con alegría, manteniendo las lámparas encendidas (cf. Mt 25,1-13) aunque la espera se alargue. Esta actitud interpelará proféticamente y nunca defraudará.
Vivir la fraternidad
Dios Padre quiere que nos sintamos hermanos y vivamos la fraternidad. Así lo percibimos en la parábola del hijo pródigo. Es verdad que la vuelta del hijo menor es interesada: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre” (Lc 15, 17) y que el hijo mayor acapara una filiación que no es exclusivamente suya: “Mira en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado” (Lc 15,29-30), pero el Padre sale al encuentro de los dos aunque no sabemos si el hijo mayor participó en la fiesta preparada con motivo de haber encontrado al hijo menor.
24 Horas para el Señor
En este camino cuaresmal celebramos las 24 horas para el Señor, que tendrán lugar el viernes 24 y el sábado 25 de marzo, recordando las palabras de Jesús a la pecadora perdonada: “Han quedado perdonados tus pecados” (Lc 7,48). En la adoración eucarística encontramos también el sosiego propicio para celebrar el Sacramento de la Reconciliación cuya experiencia nos lleva a ser misericordiosos con los demás. Pido que en las parroquias, en las comunidades religiosas y en nuestros Seminarios se programen momentos de adoración al Santísimo, lectura de la Palabra de Dios y celebraciones penitenciales en el contexto de esta celebración.
Doy gracias a Dios por todos vosotros que me habéis posibilitado realizar la misión que el Señor me encomendó como vuestro Obispo, unas veces yendo delante, otras en medio y alguna vez también detrás. ¡Buen camino hacia la Pascua! Os saluda con afecto y bendice en el Señor.
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.
[1]FRANCISCO, Mensaje para la Cuaresma 2023.
[2] Ibid.
[3] Ibid.