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Mensaje navideño y Bendición Urbi et Orbi del Papa Francisco centrado en la PAZ.

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«La mirada y el corazón de los cristianos de todo el mundo se dirigen hacia Belén. Allí, donde en estos días reinan dolor y silencio, resonó el anuncio esperado durante siglos: ‘Les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor'» (Lc 2,11).

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Con estas palabras del ángel en el cielo de Belén, que se dirigen también a nosotros, el Santo Padre inició su mensaje navideño en la Solemnidad de la Natividad del Señor, antes de impartir la Bendición Urbi et Orbi desde la logia central de la Basílica de San Pedro.

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.El Papa Francisco dijo que «nos llena de confianza y esperanza saber que el Señor nació por nosotros; que la Palabra eterna del Padre, el Dios infinito, puso su morada entre nosotros; que se hizo carne, vino «y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). «¡Esta es la noticia que cambia el curso de la historia!», subrayó.

Luego, afirmó que «el anuncio de Belén es una gran alegría» y aclaró: «No es la felicidad pasajera del mundo, ni la alegría de la diversión, sino una ‘gran’ alegría, porque nos hace ‘grandes'».

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«Hoy, en efecto, nosotros seres humanos, con nuestros límites, abrazamos la certeza de una esperanza inaudita, la de haber nacido para el cielo. Sí, Jesús nuestro hermano vino a hacer que su Padre sea nuestro Padre. Siendo un Niño frágil, nos revela la ternura de Dios; y mucho más: Él, el Unigénito del Padre, nos da el «poder de llegar a ser hijos de Dios» (Jn 1,12). Esta es la alegría que consuela el corazón, que renueva la esperanza y da la paz; es la alegría del Espíritu Santo, la alegría de ser hijos amados».

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«En medio de las tinieblas de la tierra, en Belén se ha encendido una llama inextinguible; en medio de la oscuridad del mundo, hoy prevalece la luz de Dios, que ‘ilumina a todo hombre'», prosiguió el Pontífice, invitando a los miles de fieles a alegrarnos por esta gracia:

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«Alégrate tú, que has perdido la confianza y las certezas, porque no estás solo, no estás sola: ¡Cristo ha nacido por ti! Alégrate tú, que has abandonado la esperanza, porque Dios te tiende su mano; no te señala con el dedo, sino que te ofrece su manito de Niño para liberarte de tus miedos, para aliviarte de tus fatigas y mostrarte que a sus ojos eres valioso como ningún otro. Alégrate tú, que en el corazón no encuentras la paz, porque se ha cumplido la antigua profecía de Isaías: ‘Un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado […] y se le da por nombre: […] Príncipe de la paz’ . Con Él ‘habrá una paz sin fin'» .

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¡Cuántas matanzas de inocentes en el mundo!

El Obispo de Roma acotó que «en la Escritura, al Príncipe de la paz se le opone ‘el Príncipe de este mundo’ (Jn 12,31) que, sembrando muerte, actúa en contra del Señor, ‘que ama la vida’ (Sb 11,26)». «Lo vemos obrar en Belén cuando, después del nacimiento del Salvador, sucede la matanza de los inocentes», agregó. Francisco lamentó las «matanzas de inocentes en el mundo: en el vientre materno, en las rutas de los desesperados que buscan esperanza, en las vidas de tantos niños cuya infancia está devastada por la guerra. Son los pequeños Jesús de hoy«.

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Decir “sí” al Príncipe de la paz significa decir “no” a la guerra, y esto con valentía, decir “no” a la guerra, a toda guerra, a la misma lógica de la guerra, un viaje sin meta, una derrota sin vencedores, una locura sin excusas.

 

«Pero para decir “no” a la guerra es necesario decir “no” a las armas» – continúo el Papa-«Porque si el hombre, cuyo corazón es inestable y está herido, encuentra instrumentos de muerte entre sus manos, antes o después los usará. ¿Y cómo se puede hablar de paz si la producción, la venta y el comercio de armas aumentan? Hoy, como en el tiempo de Herodes, las intrigas del mal, que se oponen a la luz divina, se mueven a la sombra de la hipocresía y del ocultamiento. ¡Cuántas masacres debidas a las armas ocurren en un silencio ensordecedor, a escondidas de todos! La gente, que no quiere armas sino pan, que le cuesta seguir adelante y pide paz, ignora cuántos fondos públicos se destinan a los armamentos. ¡Y, sin embargo, deberían saberlo!».

Su Santidad imploró: «Que se hable sobre esto, que se escriba sobre esto, para que se conozcan los intereses y los beneficios que mueven los hilos de las guerras».

«Isaías, que profetizaba al Príncipe de la paz, escribió acerca de un día en el que «no levantará la espada una nación contra otra»; de un día en el que los hombres «no se adiestrarán más para la guerra», sino que «con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas» (2,4). Con la ayuda de Dios, pongámonos manos a la obra para que ese día llegue«.

 

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Paz para Tierra Santa

Una vez más, el Papa imploró la paz en Israel y Palestina, «donde la guerra sacude la vida de esas poblaciones», extendió su abrazo a ambos países, en especial a las comunidades cristianas de Gaza y de toda Tierra Santa.

Reconoció que lleva en el corazón «el dolor por las víctimas del execrable ataque del pasado 7 de octubre» y renovó su  llamamiento apremiante para la liberación de quienes aún están retenidos como rehenes. A su vez, suplicó «que cesen las operaciones militares, con sus dramáticas consecuencias de víctimas civiles inocentes, y que se remedie la desesperada situación humanitaria permitiendo la llegada de ayuda».

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«Que no se siga alimentando la violencia y el odio, sino que se encuentre una solución a la cuestión palestina, por medio de un diálogo sincero y perseverante entre las partes, sostenido por una fuerte voluntad política y el apoyo de la comunidad internacional».

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Paz en Siria, Yemen y el Líbano

Otro pensamiento del Pontífice fue dirigido a la población de la martirizada Siria, como también a la de Yemen, que sigue sufriendo. Asimismo, pensó «en el querido pueblo libanés y ruego para que pueda recuperar pronto la estabilidad política y social».

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Paz en la atormentada Ucrania

Con los ojos fijos en el Niño Jesús, Francisco imploró la paz para Ucrania. «Renovemos nuestra cercanía espiritual y humana a su martirizado pueblo, para que a través del sostén de cada uno de nosotros sienta el amor de Dios en lo concreto«, exhortó.

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Paz entre Armenia y Azerabaiyán

Al pedir la paz definitiva entre Armenia y Azerbaiyán, solicitó «que la favorezcan la prosecución de las iniciativas humanitarias, el regreso de los desplazados a sus hogares de manera legal y segura, y el respeto mutuo de las tradiciones religiosas y de los lugares de culto de cada comunidad«.

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No dejemos de pensar en las otras guerras

Al igual que en otros pronunciamientos públicos durante su Pontificado, el Obispo de Roma instó a no olvidar las tensiones y los conflictos que perturban a las regiones del Sahel, el Cuerno de África y Sudán, como también a Camerún, la República Democrática del Congo y Sudán del Sur.

«Que llegue el día en el que se consoliden los vínculos fraternos en la península coreana, abriendo vías de diálogo y reconciliación que puedan crear las condiciones para una paz duradera», aseveró.

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Mirada hacia América Latina

Al Hijo de Dios, que se hizo un Niño humilde, encomendó que «inspire a las autoridades políticas y a todas las personas de buena voluntad del continente americano, para hallar soluciones idóneas que lleven a superar las disensiones sociales y políticas, a luchar contra las formas de pobreza que ofenden la dignidad de las personas, a resolver las desigualdades y a afrontar el doloroso fenómeno de las migraciones«.

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.Francisco concluyó su mensaje con estas palabras:

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«Desde el pesebre, el Niño nos pide que seamos voz de los que no tienen voz: voz de los inocentes, muertos por falta de agua y de pan; voz de los que no logran encontrar trabajo o lo han perdido; voz de los que se ven obligados a huir de la propia patria en busca de un futuro mejor, arriesgando la vida en viajes extenuantes y a merced de traficantes sin escrúpulos…

…se acerca el tiempo de gracia y esperanza del Jubileo, que comenzará dentro de un año. Que este periodo de preparación sea ocasión para convertir el corazón; para decir “no” a la guerra y “sí” a la paz; para responder con alegría a la invitación del Señor que nos llama, como había profetizado Isaías, «a llevar la buena noticia a los pobres, / a vendar los corazones heridos, / a proclamar la liberación a los cautivos / y la libertad a los prisioneros» (Is 61,1).

Estas palabras se cumplieron en Jesús (cf. Lc 4,18), nacido hoy en Belén. Acojámoslo, abrámosle el corazón a Él, el Salvador. Abrámosle el corazón a Él, el Salvador, que es el Príncipe de la paz.

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Fuente: vaticannews.va

Papa Francisco: Mensaje Navideño e bendición “Urbi et Orbi” 2022

 

El Papa Francisco en su mensaje Urbi et Orbi recordó los conflictos que afectan a la humanidad y los países donde se muere de hambre. Al mencionar Ucrania, dijo que desde que comenzó allí la guerra muchos países especialmente en el Cuerno de África y Afganistán están en peligro de carestía. Pidió que hoy, mientras disfrutamos la alegría de encontrarnos con nuestros seres queridos, en una mesa bien preparada, pensemos en las familias que están más heridas por la vida, y en aquellas que, en este tiempo de crisis económica, tienen dificultades a causa de la falta de trabajo y de lo necesario para vivir.

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Jesús nace entre nosotros: es Dios con nosotros

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Que el Señor Jesús, nacido de la Virgen María, traiga a todos ustedes el amor de Dios, fuente de fe y de esperanza; junto con el don de la paz, que los ángeles anunciaron a los pastores de Belén: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!» (Lc 2,14).

En este día de fiesta volvamos la mirada a Belén. El Señor vino al mundo en una gruta y fue recostado en un pesebre para los animales, porque sus padres no pudieron encontrar un albergue, a pesar de que a María le había llegado ya la hora del parto. Vino a estar entre nosotros en el silencio y en la oscuridad de la noche, porque el Verbo de Dios no necesita reflectores ni el clamor de voces humanas. Él mismo es la Palabra que da sentido a la existencia, la luz que alumbra el camino. «La luz verdadera, al venir a este mundo —dice el Evangelio—, ilumina a todo hombre» (Jn 1,9).

 

“Jesús nace entre nosotros, es Dios-con-nosotros. Viene para acompañar nuestra vida cotidiana, para compartir todo con nosotros, alegrías y dolores, esperanzas e inquietudes. Viene como un niño indefenso. Nace en el frío, pobre entre los pobres. Necesitado de todo, llama a la puerta de nuestro corazón para encontrar calor y amparo”.

 

Palabras del Papa Francisco en el mensaje Urbi et Orbi de este 25 de diciembre, donde nos pide que, como los pastores de Belén, dejemos que nos envuelva la luz y vayamos a ver el signo que Dios nos ha dado. Francisco nos pidió que venzamos el letargo del sueño espiritual y las falsas imágenes de la fiesta que hacen olvidar quién es el homenajeado, que salgamos del bullicio que anestesia el corazón y nos conduce a preparar adornos y regalos más que a contemplar el Acontecimiento: el Hijo de Dios que nació por nosotros.

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Adoremos al Príncipe de la Paz

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Jesús, es nuestra paz; esa paz que el mundo no puede dar y que Dios Padre dio a la humanidad enviando a su Hijo, recordó el Santo Padre mencionando además a  San León Magno, que tiene “una expresión que, en la concisión de la lengua latina, resume el mensaje de este día: «Natalis Domini, Natalis est pacis», «el Nacimiento del Señor es el Nacimiento de la paz» (Sermón 6,5)”.

Jesucristo es también el camino de la paz, dijo en su mensaje el Papa, Jesús con su encarnación, pasión, muerte y resurrección, abrió el paso de un mundo cerrado, oprimido por las tinieblas de la enemistad y de la guerra, a un mundo abierto, libre para vivir en la fraternidad y en la paz. Francisco nos pidió que sigamos esa senda, pero para ser capaces de seguir a Jesús “debemos despojarnos de las cargas que nos lo impiden y que nos mantienen bloqueados”.

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Cargas que no nos permiten seguir a Jesús

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Las cargas que nos impiden seguir al Príncipe de la Paz, son las mismas pasiones negativas que impidieron que el rey Herodes y su corte reconocieran y acogieran el nacimiento de Jesús, señaló Francisco: el apego al poder y al dinero, la soberbia, la hipocresía, la mentira.

 

“Estas cargas imposibilitan ir a Belén, excluyen de la gracia de la Navidad y cierran el acceso al camino de la paz. Y, en efecto, debemos constatar con dolor que, al mismo tiempo que se nos da el Príncipe de la paz, crudos vientos de guerra continúan soplando sobre la humanidad”.

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Que sea la Navidad de Jesús y de la paz

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“Si queremos que sea Navidad, la Navidad de Jesús y de la paz”, dijo el Papa,

 

«contemplemos a Belén y fijemos la mirada en el rostro del Niño que nos ha nacido: Y en ese pequeño semblante inocente reconozcamos el de los niños que en cada rincón del mundo anhelan la paz”.

 

Francisco una vez más recordó a Ucrania, pidió que nuestra mirada se llene de los rostros de los hermanos y hermanas ucranianos, que viven esta Navidad en la oscuridad, a la intemperie o lejos de sus hogares, a causa de la destrucción ocasionada por diez meses de guerra.

Que abramos el corazón a Dios y que permitamos que el Señor nos disponga a realizar gestos concretos de solidaridad para ayudar a quienes están sufriendo. Que Dios, dijo, ilumine las mentes de quienes tienen el poder de acallar las armas y poner fin inmediatamente a esta guerra insensata.

 

“Lamentablemente, se prefiere escuchar otras razones, dictadas por las lógicas del mundo. Pero la voz del Niño, ¿quién la escucha?

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El mundo necesita paz

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En su mensaje Urbi et Orbi, el Papa Francisco recordó otros escenarios de conflictos, algunos que llevan tiempo, algunos han sido olvidados por la humanidad:

“Nuestro tiempo está viviendo una grave carestía de paz también en otras regiones, en otros escenarios de esta tercera guerra mundial. Pensemos en Siria, todavía martirizada por un conflicto que pasó a segundo plano pero que no ha acabado; pensemos también en Tierra Santa, donde durante los meses pasados aumentaron la violencia y los conflictos, con muertos y heridos. Imploremos al Señor para que allí, en la tierra que lo vio nacer, se retome el diálogo y la búsqueda de confianza recíproca entre israelíes y palestinos”.

Pidió que el Niño Jesús sostenga a las comunidades cristianas que viven en todo el Oriente Medio, para que en cada uno de esos países se pueda vivir “la belleza de la convivencia fraterna entre personas pertenecientes a diversos credos”. Francisco pidió al Niño Jesús que ayude al Líbano, para que, con el apoyo de la comunidad internacional y con la fuerza de la fraternidad y la solidaridad pueda recuperarse.

Que Dios ayude a la región del Sahel, donde la convivencia pacífica entre pueblos y tradiciones se ve perturbada por enfrentamientos y violencia. Pidió por una tregua en Yemen y hacia la reconciliación en Myanmar y en Irán, para que cese todo derramamiento de sangre.

América Latina también en el corazón del Papa, pidió al Niño Jesús, que inspire a las autoridades políticas y a todas las personas de buena voluntad en el continente americano, a esforzarse por pacificar las tensiones políticas y sociales que afectan a varios países, recordó a Haití que está sufriendo hace mucho tiempo.

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La humanidad sufre de hambre

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Francisco, pensando en este día, en el que se reúne la familia en una mesa “bien preparada”, pidió no desviar la mirada de Belén, que significa “casa del pan”, y cada uno piense en las personas que sufren hambre, sobre todo los niños. Recordó una vez más, que, mientras se desperdician grandes cantidades de alimentos y se derrochan bienes a cambio de armas, pueblos enteros sufren de hambre.

Desde que comenzó la guerra en Ucrania, poblaciones enteras en Afganistán y los países del Cuerno de África, están sufriendo la carestía. Las guerras provocan hambre, afirmó el Papa, y usan “la comida como arma, impidiendo su distribución a los pueblos que ya están sufriendo”.

Que, aprendiendo del Príncipe de la paz, afirmó, nos comprometámonos todos —en primer lugar, los que tienen responsabilidades políticas—, para que la comida no sea más que un instrumento de paz.

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Un mundo enfermo de indiferencia

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Francisco dijo por último, que, hoy como en ese entonces, Jesús, la luz verdadera, viene a un mundo enfermo de indiferencia, que no lo acoge, más bien lo rechaza, como ocurre hoy día con los extranjeros, o se le ignora a Jesús, como pasa con los pobres.

 

«No nos olvidemos hoy de tantos migrantes y refugiados que llaman a nuestra puerta en busca de consuelo, calor y alimento. No nos olvidemos de los marginados, de las personas solas, de los huérfanos y de los ancianos que corren el riesgo de ser descartados; de los presos que miramos sólo por sus errores y no como seres humanos».

 

Belén, afirmó, muestra  la sencillez de Dios, que no se revela a los sabios y a los doctos, sino a los pequeños, a quienes tienen el corazón puro y abierto como los pastores. Nos pide que como ellos, vayamos también nosotros sin demora y dejémonos maravillar por el acontecimiento impensable de Dios que se hace hombre para nuestra salvación.

 

«Aquel que es fuente de todo bien se hace pobre y pide como limosna nuestra pobre humanidad. Dejémonos conmover por el amor de Dios y sigamos a Jesús, que se despojó de su gloria para hacernos partícipes de su plenitud. ¡Feliz Navidad a todos!»

 

Mensaje "Urbi et Orbi" Navidad 2022 del Papa Francisco íntegro

 

 

Noticia extraída de vaticannews.va

Francisco en Urbi et Orbi: la Pascua da esperanza y no defrauda

La mañana del Domingo de Resurrección el Papa Francisco ha celebrado la Santa Misa y seguidamente ha impartido la bendición Urbi et Orbi. Previo a esta bendiión, el Santo Padre se dirigió a los fieles de la ciudad de Roma y del mundo con su Mensaje Pascual.

« Hoy resuena en cada lugar del mundo el anuncio de la Iglesia:

Jesús, el crucificado, ha resucitado, como había dicho. Aleluya” »

 

Además en su mensaje, el Santo Padre advirtió que “¡Todavía hay demasiadas guerras y demasiada violencia en el mundo!” por lo que rezó para «que el Señor, que es nuestra paz, nos ayude a vencer la mentalidad de la guerra” y que conceda a cuantos son prisioneros en los conflictos “que puedan volver sanos y salvos con sus familias» así como también que «inspire a los líderes de todo el mundo para que se frene la carrera armamentista”.

En medio de las numerosas dificultades que atravesamos, no olvidemos nunca que somos curados por las llagas de Cristo. A la luz del Señor resucitado, nuestros sufrimientos se transfiguran. Donde había muerte ahora hay vida; donde había luto ahora hay consuelo. Al abrazar la Cruz, Jesús ha dado sentido a nuestros sufrimientos. Y ahora recemos para que los efectos beneficiosos de esta curación se extiendan a todo el mundo. ¡Feliz, Santa y Serena Pascua a todos!”, dijo el Papa.

 

A continuación, el Mensaje Pascual pronunciado por el Papa Francisco:

 

 

Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Pascua! ¡Feliz, Santa y Serena Pascua!

Hoy resuena en cada lugar del mundo el anuncio de la Iglesia: “Jesús, el crucificado, ha resucitado, como había dicho. Aleluya”.

El anuncio de la Pascua no muestra un espejismo, no revela una fórmula mágica, no indica una vía de escape frente a la difícil situación que estamos atravesando. La pandemia todavía está en pleno curso, la crisis social y económica es muy grave, especialmente para los más pobres; y a pesar de todo -y es escandaloso- los conflictos armados no cesan y los arsenales militares se refuerzan. Y hoy. Es el escándalo de hoy.

Ante esto, o mejor, en medio a esta realidad compleja, el anuncio de Pascua recoge en pocas palabras un acontecimiento que da esperanza y no defrauda: “Jesús, el crucificado, ha resucitado”. No nos habla de ángeles o de fantasmas, sino de un hombre, un hombre de carne y hueso, con un rostro y un nombre: Jesús. El Evangelio atestigua que este Jesús, crucificado bajo el poder de Poncio Pilato por haber dicho que era el Cristo, el Hijo de Dios, al tercer día resucitó, según las Escrituras y como Él mismo había anunciado a sus discípulos.

El Crucificado, no otro, es el que ha resucitado. Dios Padre resucitó a su Hijo Jesús porque cumplió plenamente su voluntad de salvación: asumió nuestra debilidad, nuestras dolencias, nuestra misma muerte; sufrió nuestros dolores, llevó el peso de nuestras iniquidades. Por eso Dios Padre lo exaltó y ahora Jesucristo vive para siempre, y Él es el Señor.

Y los testigos señalan un detalle importante: Jesús resucitado lleva las llagas impresas en sus manos, en sus pies y en su costado. Estas heridas son el sello perpetuo de su amor por nosotros. Todo el que sufre una dura prueba, en el cuerpo y en el espíritu, puede encontrar refugio en estas llagas y recibir a través de ellas la gracia de la esperanza que no defrauda.

Cristo resucitado es esperanza para todos los que aún sufren a causa de la pandemia, para los enfermos y para los que perdieron a un ser querido. Que el Señor dé consuelo y sostenga las fatigas de los médicos y enfermeros. Todas las personas, especialmente las más frágiles, necesitan asistencia y tienen derecho a acceder a los tratamientos necesarios. Esto es aún más evidente en este momento en que todos estamos llamados a combatir la pandemia, y las vacunas son una herramienta esencial en esta lucha. Por lo tanto, en el espíritu de un “internacionalismo de las vacunas”, insto a toda la comunidad internacional a un compromiso común para superar los retrasos en su distribución y para promover su reparto, especialmente en los países más pobres.

El Crucificado Resucitado es consuelo para quienes han perdido el trabajo o atraviesan serias dificultades económicas y carecen de una protección social adecuada. Que el Señor inspire la acción de las autoridades públicas para que todos, especialmente las familias más necesitadas, reciban la ayuda imprescindible para un sustento adecuado. Desgraciadamente, la pandemia ha aumentado dramáticamente el número de pobres y la desesperación de miles de personas.

«Es necesario que los pobres de todo tipo recuperen la esperanza», decía san Juan Pablo II en su viaje a Haití. Y precisamente al querido pueblo haitiano se dirige en este día mi pensamiento y mi aliento, para que no se vea abrumado por las dificultades, sino que mire al futuro con confianza y esperanza. Y yo diría, que va especialmente mi pensamiento, queridos hermanos y hermanas de Haití, les soy cercano, y quisiera que los problemas se resolvieran definitivamente para ustedes, rezo por eso queridos hermanos y hermanas haitianos.

Jesús resucitado es esperanza también para tantos jóvenes que se han visto obligados a pasar largas temporadas sin asistir a la escuela o a la universidad, y sin poder compartir el tiempo con los amigos. Todos necesitamos experimentar relaciones humanas reales y no sólo virtuales, especialmente en la edad en que se forman el carácter y la personalidad. Lo hemos escuchado el viernes pasado en el Vía Crucis de los niños.

Me siento cercano a los jóvenes de todo el mundo y, en este momento, de modo particular a los de Myanmar, que están comprometidos con la democracia, haciendo oír su voz de forma pacífica, sabiendo que el odio sólo puede disiparse con el amor.

Que la luz del Señor resucitado sea fuente de renacimiento para los emigrantes que huyen de la guerra y la miseria. En sus rostros reconocemos el rostro desfigurado y sufriente del Señor que camina hacia el Calvario. Que no les falten signos concretos de solidaridad y fraternidad humana, garantía de la victoria de la vida sobre la muerte que celebramos en este día. Agradezco a los países que acogen con generosidad a las personas que sufren y que buscan refugio, especialmente al Líbano y a Jordania, que reciben a tantos refugiados que han huido del conflicto sirio.

Que el pueblo libanés, que atraviesa un período de dificultades e incertidumbres, experimente el consuelo del Señor resucitado y sea apoyado por la comunidad internacional en su vocación de ser una tierra de encuentro, convivencia y pluralismo.

Que Cristo, nuestra paz, silencie finalmente el clamor de las armas en la querida y atormentada Siria, donde millones de personas viven actualmente en condiciones inhumanas, así como en Yemen, cuyas vicisitudes están rodeadas de un silencio ensordecedor y escandaloso, y en Libia, donde finalmente se vislumbra la salida a una década de contiendas y enfrentamientos sangrientos. Que todas las partes implicadas se comprometan de forma efectiva a poner fin a los conflictos y permitir que los pueblos devastados por la guerra vivan en paz y pongan en marcha la reconstrucción de sus respectivos países.

La Resurrección nos remite naturalmente a Jerusalén; imploremos al Señor que le conceda paz y seguridad (cf. Sal 122), para que responda a la llamada a ser un lugar de encuentro donde todos puedan sentirse hermanos, y donde israelíes y palestinos vuelvan a encontrar la fuerza del diálogo para alcanzar una solución estable, que permita la convivencia de dos Estados en paz y prosperidad.

En este día de fiesta, mi pensamiento se dirige también a Irak, que tuve la alegría de visitar el mes pasado, y que pido pueda continuar por el camino de pacificación que ha emprendido, para que se realice el sueño de Dios de una familia humana hospitalaria y acogedora para todos sus hijos.

Que la fuerza del Señor resucitado sostenga a los pueblos de África que ven su futuro amenazado por la violencia interna y el terrorismo internacional, especialmente en el Sahel y en Nigeria, así como en la región de Tigray y Cabo Delgado. Que continúen los esfuerzos para encontrar soluciones pacíficas a los conflictos, en el respeto de los derechos humanos y la sacralidad de la vida, mediante un diálogo fraterno y constructivo, en un espíritu de reconciliación y solidaridad activa.

¡Todavía hay demasiadas guerras y demasiada violencia en el mundo! Que el Señor, que es nuestra paz, nos ayude a vencer la mentalidad de la guerra. Que conceda a cuantos son prisioneros en los conflictos, especialmente en Ucrania oriental y en Nagorno-Karabaj, que puedan volver sanos y salvos con sus familias, e inspire a los líderes de todo el mundo para que se frene la carrera armamentista.

Hoy, 4 de abril, se celebra el Día Mundial contra las minas antipersona, artefactos arteros y horribles que matan o mutilan a muchos inocentes cada año e impiden «que los hombres caminen juntos por los senderos de la vida, sin temer las asechanzas de destrucción y muerte». ¡Cuánto mejor sería un mundo sin esos instrumentos de muerte!

Queridos hermanos y hermanas: También este año, en diversos lugares, muchos cristianos han celebrado la Pascua con graves limitaciones y, en algunos casos, sin poder siquiera asistir a las celebraciones litúrgicas. Recemos para que estas restricciones, al igual que todas las restricciones a la libertad de culto y de religión en el mundo, sean eliminadas y que cada uno pueda rezar y alabar a Dios libremente.

En medio de las numerosas dificultades que atravesamos, no olvidemos nunca que somos curados por las llagas de Cristo (cf. 1 P 2,24). A la luz del Señor resucitado, nuestros sufrimientos se transfiguran. Donde había muerte ahora hay vida; donde había luto ahora hay consuelo. Al abrazar la Cruz, Jesús ha dado sentido a nuestros sufrimientos. Y ahora recemos para que los efectos beneficiosos de esta curación se extiendan a todo el mundo. ¡Feliz, Santa y Serena Pascua!

 

Fuente: vaticannews.va