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Carta Pastoral de nuestro arzobispo D. Francisco en la Jornada Nacional de Manos Unidas

Jornada Nacional de Manos Unidas
LXV Campaña contra el hambre
11 de febrero de 2024
“El efecto ser humano”

 

Recientemente nos recordaba el papa Francisco, en su exhortación apostólica Laudate Deum (Roma 2023), que “por más que se pretendan negar, esconder, disimular o relativizar, los signos del cambio climático están ahí, cada vez más patentes”, y “ya no se puede dudar del origen humano —“antrópico”— del cambio climático” (nn. 5 y 11). En la Campaña contra el hambre de 2024, Manos Unidas, organización de la Iglesia en España para la cooperación al desarrollo, en su misión de trabajar por erradicar la pobreza, el hambre, la miseria y luchar por el respeto a los derechos humanos, nos recuerda que “hay una injusticia que encuentra su origen en el propio cambio climático, y exige una justa reparación para que millones de seres humanos puedan vivir dignamente”.

A pesar de los intentos de negar, esconder, disimular o relativizar, los signos del cambio climático son una evidencia, y “ya no se trata de una cuestión secundaria o ideológica, sino de un drama que nos daña a todos”, cuyos efectos los “sentiremos en los ámbitos de la salud, las fuentes de trabajo, el acceso a los recursos, la vivienda, las migraciones forzadas, etc.” (Laudate Deum 2 y 3). En el cuidado de la casa común los creyentes tenemos una especial responsabilidad que brota de nuestra fe en el Dios Creador (Gen 1,31: “Dios vio todo lo que había hecho y era muy bueno”): no podemos olvidar que, como don de Dios, “la tierra nos precede y nos ha sido dada” para cuidarla, preservarla y protegerla, porque “la tierra es del Señor” (Sal 24,1), a Él pertenece “la tierra y cuanto hay en ella” (Dt 10,14). Por ello, frente al desaforado consumismo o la pretensión de un “merecido” beneficio económico sin límites, debemos interrogarnos: “en la propia conciencia, y ante el rostro de los hijos que pagarán el daño de sus acciones, aparece la pregunta por el sentido: ¿qué sentido tiene mi vida, qué sentido tiene mi paso por esta tierra, qué sentido tienen, en definitiva, mi trabajo y mi esfuerzo?” (Laudate Deum 33).

En la vida personal y familiar, en los diversos ámbitos sociales donde estamos presentes, en las comunidades y parroquias de nuestra Iglesia diocesana de Santiago, saliendo de la comodidad del pasivo espectador, acojamos la fuerte llamada que Manos Unidas nos hace a un compromiso serio con los “descartados climáticos” y a una implicación en la lucha contra el cambio climático que, para ser justa, debe centrarse en los más vulnerables.

Agradeciendo la disponibilidad y entrega de los voluntarios y colaboradores de Manos Unidas, os invito a una acción urgente, valiente y responsable con la justicia climática, como un camino de reconciliación con el mundo que nos alberga y las personas que lo habitan. En ellos está presente la huella de Dios y en ellos el Creador es alabado.

Un cordial saludo en el Señor de la Vida. Con mi bendición.

 

+ Francisco José Prieto Fernández
Arzobispo de Santiago de Compostela

 

 

Fuente: archicompostela.es

Carta Pastoral de Adviento de nuestro arzobispo Mons. Francisco Prieto

 

Caminemos a la luz del Señor (Is 2, 5)

Orientaciones para un camino de renovación pastoral

Adviento 2023

 

A todos los fieles de la Iglesia que peregrina en Santiago de Compostela

Con el Adviento llega el tiempo de la espera y la esperanza, de las búsquedas y los silencios. El tiempo de mirar alrededor y descubrir que Dios sigue viniendo por caminos insospechados a nuestras vidas. En un periodo de turbulencia para Israel y Judá, en el siglo VIII a.C., el profeta Isaías anuncia la esperanza de la paz definitiva, la nueva humanidad querida por Dios. Hoy, de nuevo, sus palabras nos invitan a emprender un camino que, alejado de las excusas de Nicodemo (cf. Jn 3,4) y del desánimo de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 17-24), hemos de recorrer, como Iglesia diocesana, a la luz del Señor.

Somos convocados a ser y vivir como Pueblo de Dios en camino, sin abstracciones, encarnados en los rostros y vidas de nuestros pueblos y ciudades, con sus gentes que los habitan con sus trabajos y esperanzas, con sus esfuerzos y heridas, labrando tierra y surcando el mar hacia un horizonte que, en ocasiones, aparece desdibujado, en el que hemos de alumbrar aquella luz de la fe suficiente para caminar, sembrar aquella esperanza que nos pone en pie y fortalecer aquella caridad que ni cansa ni se cansa. Todo ello solo tiene un nombre: un mismo Señor, un mismo Dios, un mismo y único Espíritu (cf. 1Cor 12, 5-6.11).

Señor, nosotros somos la arcilla y tú nuestro alfarero, todos somos obra de tu mano (Is 64, 7)

Sólo en Cristo que es el camino, hodos, (y también la verdad y la vida) podemos ser verdaderamente synodoi, compañeros de camino. Como dice san Ignacio de Antioquía, “somos compañeros de viaje en virtud de la dignidad bautismal y de la amistad con Cristo” (A los Efesios). Sólo desde Cristo y con Cristo seremos una Iglesia verdaderamente sinodal, sin impostaciones ni abusos retóricos de las expresiones: “Una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha, con la conciencia de que escuchar «es más que oír». Es una escucha recíproca en la cual cada uno tiene algo que aprender. Pueblo fiel, colegio episcopal, Obispo de Roma: uno en escucha de los otros; y todos en escucha del Espíritu Santo, el «Espíritu de verdad» (Jn 14,17), para conocer lo que él «dice a las Iglesias» (Ap 2,7)”[1].

A los diez años de la publicación de la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (=EG) del papa Francisco hagamos nuestras sus palabras: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación. La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad” (EG 24).

Cómo dejar atrás los refugios de las rutinas que nos acomodan o los fundamentalismos de cualquier signo que nos atrincheran y nos ciegan. El Sínodo Diocesano de 2016-2017 ha trazado un camino que debemos retomar sin dilación. No es momento de quejas, de resentimientos, de rendirse, sino de preguntarnos si estamos dispuestos a mirar el futuro en clave de Evangelio, evitando caer en el pesimismo estéril de los profetas de calamidades, incapaces de ver en las crisis y dificultades desafíos para crecer (EG 84). Se expresa en lamentos y “habriaqueísmos” que suelen ir unidos a la rutina y al conformismo que afianza una mera pastoral de mantenimiento (EG 96). Es la actitud de quien solo ve lo negativo, con un cierto complejo victimista, y su palabra es la queja permanente y la conciencia de derrota (EG 85). Quejas que generalmente se dirigen a los “otros” para justificar la propia indolencia y el quedarse en lo de “siempre se ha hecho así”. Por eso, es necesario “ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades. Una postulación de los fines sin una adecuada búsqueda comunitaria de los medios para alcanzarlos está condenada a convertirse en mera fantasía” (EG 33).

En el desierto preparadle un camino al Señor (Is 40, 3)

Es Adviento. Hay que abrir camino en el desierto de nuestro individualismo, en el de los miedos e inseguridades que nos paralizan. Hay que allanar los caminos que no conducen al encuentro de todos, a los de distinta cultura, raza o religión, amigos y enemigos. Hay que derrumbar todas las barreras, las montañas de “objeciones razonables” bajo las que hemos atrincherado nuestra vida.

¿Por qué no descubrir el tiempo presente de nuestra Iglesia diocesana como un nuevo kairós? La crisis actual, que abarca todas las dimensiones de la persona y la sociedad, no es sólo hundimiento o catástrofe; es también una situación de cambio y decisión. Toda crisis es un reto, una oportunidad que Dios nos ofrece para sacarle partido. En medio de la desertificación espiritual que vive nuestro mundo hemos de descubrir la alegría y el entusiasmo de creer y aprovechar el tiempo de desierto para redescubrir lo que es esencial. Evangelizar no es hacer proselitismo, ni tener mil argumentos para convencer, sino proponer, con optimismo y naturalidad, a Jesucristo como la razón de nuestra existencia. Esto requiere una fe viva que nos lleva a confiar más en Dios que en nuestras fuerzas y asumir nuestras debilidades y limitaciones.

Desde la realidad de nuestra Iglesia diocesana, con sus fortalezas y debilidades, debemos trazar un camino que vaya perfilando, sin dilaciones y con realismo, el horizonte de una nueva etapa pastoral: los procesos personales y comunitarios son lentos, y sólo tienen lugar si damos la primacía al Espíritu que nos mueve. Tenemos que avanzar por un camino de conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están (cf. EG 25). Un camino al que estamos convocados todos los bautizados, pues en todos “actúa la fuerza santificadora del Espíritu que impulsa a evangelizar” (EG 119): “Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos «discípulos» y «misioneros», sino que somos siempre «discípulos misioneros»” (EG 120). No podemos olvidar que “todos son corresponsables de la vida y de la misión de la comunidad y todos son llamados a obrar según la ley de la mutua solidaridad en el respeto de los específicos ministerios y carismas, en cuanto cada uno de ellos recibe su energía del único Señor (cfr. 1 Cor 15,45).”[2]

En nuestra extensa geografía diocesana, con 1070 parroquias, sumado a la edad y escasez de los sacerdotes, y de los agentes de pastoral en general, es necesario y urgente configurar una nueva distribución territorial y estructural de toda la pastoral diocesana que refleje una nueva relación entre los fieles y el territorio. El uso de denominaciones como unidades pastorales y zonas pastorales no son un mero cambio de nomenclatura en el que deba consistir la solución a los múltiples problemas y retos que debemos afrontar en nuestras parroquias y arciprestazgos.

En el centro de este inaplazable proceso de renovación está la exigencia de reavivar y establecer aquellas estructuras a través de las cuales se muestre y revitalice la común vocación bautismal de ser discípulos misioneros por parte de todos los que formamos esta comunidad diocesana: obispo, sacerdotes, laicos y vida consagrada. Es preciso que el Consejo Diocesano de Pastoral, el Consejo Presbiteral, el Colegio de Consultores, el Consejo de Asuntos Económicos sean organismos operativos al servicio de la vida sinodal en la diócesis; e igualmente en las parroquias y unidades de pastoral han de ponerse en marcha, allí donde no estén constituidos, los Consejos de Pastoral y de Asuntos Económicos, como expresión y cauce de la corresponsabilidad y la comunión eclesial[3].

Estamos ante un cambio de mentalidad que no será fácil de asumir, porque supone romper con esquemas e inercias aprendidas y cristalizadas. En primer lugar, nos exige a todos estar dispuestos a un trabajo en común, frente a la tentación de hacer de nuestras parroquias islas pastorales; en segundo lugar, nos pide estar dispuestos a entender la responsabilidad como corresponsabilidad, pasando del único liderazgo sacerdotal a un liderazgo compartido, generando equipos pastorales formados por sacerdotes, diáconos, religiosos y laicos, que asuman el acompañamiento y animación pastoral de las comunidades en clave misionera. En tercer lugar, todos hemos de hacer el esfuerzo de comprender la nueva situación, no como el quedarnos sin el párroco que siempre tuvimos, sino como una apuesta por la proximidad en la que hemos de configurar cada comunidad como una familia de familias en la que toda acción pastoral (anuncio, celebración y caridad) se comparte, desde una sinodalidad vivida, en un discernimiento a la luz de la Palabra y en la institución de los ministerios laicales (lectorado, acolitado y catequista) al servicio de la vida y la misión de las comunidades cristianas, como fruto y expresión de la corresponsabilidad eclesial.

Somos realistas ante un cambio estructural de este calado, porque, evidentemente, no podemos pensar, ingenuamente, que con trazar en un mapa esta nueva configuración diocesana lo tenemos todo hecho. Un cambio estructural comienza con la conversión personal para que generemos, en actitudes y gestos, una nueva cultura eclesial y misionera en la que se patentice el porqué, la razón de ser Iglesia: evangelizar. La estructura pastoral diocesana no cambiará verdaderamente sólo sustituyendo unas realidades por otras sino nos preguntamos sinceramente por la motivación que nos anima. Seamos una comunidad diocesana convencida que “evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda” (EN 14), y que asume la “opción misionera” a la que nos invita el papa Francisco para transformar enteramente nuestra pastoral (cf. EG 27).

Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres (Is 61, 1)

En toda renovación eclesial, el primer anuncio o kerygma debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora. Como dice el papa Francisco, el kerigma es “el fuego del Espíritu que se dona en forma de lenguas y nos hace creer en Jesucristo, que con su muerte y resurrección nos revela y nos comunica la misericordia infinita del Padre… Es el primero en un sentido cualitativo, porque es el anuncio principal, ese que siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y ese que siempre hay que volver a anunciar” (EG 164). Es preciso insistir en la necesidad pastoral del primer anuncio con unas características determinadas: “que exprese el amor salvífico de Dios previo a la obligación moral y religiosa, que no imponga la verdad y que apele a la libertad, que posea unas notas de alegría, estímulo, vitalidad, y una integralidad armoniosa que no reduzca la predicación a unas pocas doctrinas a veces más filosóficas que evangélicas. Esto exige al evangelizador ciertas actitudes que ayudan a acoger mejor el anuncio: cercanía, apertura al diálogo, paciencia, acogida cordial que no condena” (EG 165).

Junto a la centralidad del primer anuncio, debe ir la necesidad de elaborar un nuevo Directorio diocesano de Pastoral de la Iniciación Cristiana. Hasta no hace mucho, la fe se podía dar por supuesta como algo natural porque estaba sencillamente presente como parte de la vida. Hoy resulta natural lo contrario. Esta nueva situación obliga a pasar de lo heredado a la propuesta. La Iniciación Cristiana es la expresión más significativa de la misión maternal de la Iglesia al engendrar a la vida a los hijos de Dios; contribuye a la renovación de nuestra Iglesia diocesana, en cuanto que los nuevos cristianos renacidos por la fe y la gracia de los sacramentos son el mejor principio para el crecimiento y rejuvenecimiento de las comunidades y parroquias. Ahora bien, esta misión maternal de la Iglesia se realiza con frecuencia con muchas limitaciones, provenientes en parte de la falta de vigor en el sentido eclesial, fraternal y misionero a la vez, de las propias comunidades cristianas, y también del ámbito de las familias, que acusan los efectos de la ruptura entre la fe y la vida, del debilitamiento del compromiso cristiano y de la práctica sacramental, y por la crisis de la dimensión vocacional de nuestra fe, que tiene como génesis el sacramento del bautismo y como horizonte la llamada a la santidad vivida en la vocación laical, sacerdotal y consagrada[4].

Desde esta situación, y con una adecuada dosis de realismo, sabemos que “la Iniciación Cristiana no se puede reducir a un simple proceso de enseñanza y de formación doctrinal, sino que ha de ser considerada una realidad que implica a toda la persona, la cual ha de asumir existencialmente su condición de hijo de Dios en el Hijo Jesucristo, abandonando su anterior modo de vivir, mientras realiza el aprendizaje de la vida cristiana y entra gozosamente en la comunión de la Iglesia, para ser en ella adorador del Padre y testigo del Dios vivo”. Para ello, es preciso “hacer del proceso de Iniciación Cristiana una verdadera introducción experiencial a la totalidad de la vida de fe creando espacios y propuestas concretas para el primer anuncio y para el replanteamiento de la iniciación cristiana en clave catecumenal”[5]. Una Iniciación Cristiana que ponga en acción el Evangelio y que precisa de una catequesis que conecte la acción misionera, que llama a la fe, con la acción pastoral, que la alimenta continuamente[6].

Con el nuevo Directorio se pretende ubicar debidamente la Iniciación Cristiana en el dinamismo evangelizador y comunitario de las parroquias, teniendo presente la pluralidad de situaciones. Por ello, hemos de hacer una opción por los itinerarios, que responderán a los diversos casos iniciáticos, y por los procesos, por los cuales los itinerarios se articulan y realizan de manera concreta. Los itinerarios harán referencia a los diversos caminos con los cuales se inicia a las personas según las situaciones concretas.

Caminemos en nuestra Iglesia diocesana a la luz del Señor (Is 2,5)  para ser una escuela de comunión en la que aprendamos a acoger la diversidad como un don de Dios (NMI 43), y así anunciar, celebrar y vivir la fe corresponsablemente; una Iglesia en la comunión sea fuente de alegría que nos permita testimoniar lo que creemos y celebramos: el amor entrañable y misericordioso de Dios; una Iglesia en la que la comunión vivida nos debe llevar a superar los individualismos y el pesimismo para asumir con gozo los criterios diocesanos en la vida pastoral, apostar por el trabajo en común, sin que ello anule la singularidad de cada comunidad y de cada fiel cristiano.

Superemos rutinas que paralizan y discursos que desgastan los ánimos y cierran los oídos del corazón. Son tiempos de oportunidad y de compromiso, de ponerse manos a la obra. Es el momento de aprender la gramática de la simplicidad, y no instalarnos en el reino de la retórica (EG 232), de acoger el ritmo de la espera, acompañar a los desesperados, de recuperar las entrañas de misericordia, ir a buscar el huésped.

El camino por el que debemos salir y seguir: llevar a todos la vida nueva de Jesucristo, Hijo de Dios y Salvador. Para que esto suceda, alejados de una pura cosmética, Jesús ha de ser el centro vital y real de la comunidad eclesial, de los evangelizadores, como diría san Pablo, “hasta que Cristo se forme en vosotros” (Gal 4, 19). No se trata de identificarnos con una causa, sino dejarnos seducir por su persona, establecer con él una relación personal y comunitaria de mayor calidad, de más verdad y más fidelidad, para que resplandezca “la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado” (EG 36).

Porque queremos que Dios sea el primero y el centro de nuestra vida os invito a vivir el próximo 2024 como el Año de la Oración que el papa Francisco ha convocado como preparación del Jubileo Romano 2025. Necesitamos recuperar el deseo de estar con el Señor: frente a las urgencias cotidianas, debemos detenernos en una oración de escucha de la Palabra que nos lleve a la acción (cf. EG 262). En la oración personal y comunitaria el Espíritu Santo transformará nuestra mente y corazón para llevar a la practica la conversión pastoral que todos anhelamos. Te invito a ser discípulo orante a los pies del Resucitado para que aquellos que no lo conocen encuentren en ti un maestro de oración (cf. EG 266). Animo a que todas nuestras parroquias y comunidades sean escuelas de oración que faciliten el encuentro real con Cristo vivo en la Iglesia.

Es la razón de ser y de existir de la Iglesia (cf. EN 14). Si nos dejamos llevar de dudas y temores, seremos espectadores de su estancamiento infecundo (cf. EG 119). Seamos actores de la misteriosa fecundidad del Espíritu (cf. EG 280). Como fue María Nuestra Madre, como fue el Apóstol Santiago. Que ellos nos acompañen y nos alcancen del Señor un chover miudiño de fe, esperanza y caridad.

 

+ Francisco José Prieto Fernández
Arzobispo de Santiago de Compostela

3 de diciembre de 2023

 

[1] Francisco, Discurso en la Conmemoración del 50 aniversario de la Institución del Sínodo de los Obispos (Roma 2015).

[2] Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y misión de la Iglesia (Roma 2018), nº 22. Cf. nº 70.

[3] Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad …, nº 80-84.

[4] Conferencia Episcopal Española, La Iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones (Madrid 1998) nº 62.

[5] Conferencia Episcopal Española, La Iniciación cristiana…, nº 18-19.

[6] Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, Directorio para la catequesis (Roma 2020) nº 69.

 

Fuente: archicompostela.es

«Un trabajo decente tiene que ser un trabajo saludable»

 

 

El próximo 7 de octubre, la iniciativa Iglesia por el Trabajo Decente (ITD) se suma, impulsa y convoca la Jornada Mundial por el Trabajo Decente, junto con la Organización Internacional del Trabajo, el movimiento sindical mundial y el movimiento mundial de trabajadores cristianos con el lema: “Un trabajo decente tiene que ser un trabajo saludable”. La seguridad y la salud en el trabajo son esenciales para el bienestar y la dignidad de las personas.

Estas  organizaciones que forman parte de esta iniciativa ITD han vuelto a unir sus voces reinvindicativas, mediante una nota de prensa y  un manifiesto en las que reclaman acabar con la «triste secuela» de la siniestralidad laboral

 

NOTA DE PRENSA

 

MANIFIESTO

 

Por este motivo, el arzobispo de Santiago, mons. Francisco Prieto, ha escrito una carta pastoral recordando “que el derecho a un trabajo decente ha de ser también un trabajo saludable, pues la seguridad y la salud laboral son esenciales para el bienestar y la dignidad de las personas”. Y añade: “El mundo del trabajo es una prioridad humana y, por la tanto, una prioridad cristiana, pues al trabajar participamos en la obra creadora de Dios y expresamos la dignidad de ser creados a su imagen y semejanza. El trabajo es un deber y un derecho y también un don de Dios que precisa ser cuidado de modo integral para que sea libre, creativo, participativo y solidario”.

 

Carta Pastoral íntegra del Arzobispo sobre la Jornada Trabajo Decente 2023

 

En nuestra Archidiócesis de Santiago de Compostela, tendrán lugar los siguientes actos, el domingo 8 de octubre:

  • En Santiago de Compostela, en la parroquia de San Fernando, a las 20:00 eucaristía y lectura del manifiesto.
  • En A Coruña, a las 11:15 lectura del manifiesto en la parroquia de San Francisco Javier, y a las 11:30 eucaristía. También en la parroquia del Pilar, a las 12:30 eucaristía y al finalizar, lectura del manifiesto.

 

 

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Mons. Francisco Prieto: “Agradezco al Señor que, por medio del Papa Francisco, haya confiado en mí para ser y servir como pastor a la Iglesia en Santiago de Compostela”

El arzobispo electo de Santiago de Compostela, monseñor Francisco Prieto, hasta ahora obispo auxiliar, nos ha escrito una carta a todos los diocesanos con motivo de su nombramiento.

 

A TODOS LOS FIELES CRISTIANOS, A MIS QUERIDOS HERMANOS DE LA ARCHIDIÓCESIS DE SANTIAGO DE COMPOSTELA

 

Os saludo cordialmente, con afecto y cercanía, en el Señor, el Buen Pastor, e invocando la intercesión de María Nuestra Madre y del Apóstol Santiago

Pronto hará dos años, el próximo 10 de abril, lunes de Pascua, que fui ordenado obispo auxiliar de esta querida Archidiócesis de Santiago de Compostela y de su Arzobispo don Julián Barrio Barrio. En verdad, se puede decir que llegué como peregrino desde la vecina diócesis de Ourense, en la que nací y recibí el don de la fe y del ministerio sacerdotal. En aquella ocasión, os decía en la acción de gracias, tras la ordenación, que agradecer es reconocer que todo nos ha sido dado: el don de un ministerio como el episcopal, que no es tarea ni oficio, sino entrega, ofrenda de la propia vida, servicio “sin tacha día y noche” (como dice la plegaria de ordenación) a Dios y a esta porción del Pueblo de Dios, un bello mosaico de construido de muchos rostros y variados caminos, a la que he sido llamado a servir y acompañar.

En estos dos años como Obispo Auxiliar uno va tomando conciencia de la belleza y enormidad de la tarea encomendada, y consciente de mis limitaciones, sólo, una vez más, puedo decir GRACIAS.

A Dios, en primer lugar, que, sabiendo del barro del que estamos hechos, me llama ahora, por medio de la Iglesia, a servir como Arzobispo a este su Pueblo que habita y vive su fe en la extensa  y hermosa geografía de esta Archidiócesis. Agradezco al Señor que, por medio del Papa Francisco, al cual deseamos una pronta recuperación de su salud, haya confiado en mí para ser y servir como pastor a la Iglesia en Santiago de Compostela.

Permitidme que me dirija a mi querido hermano don Julián, durante 27 años  arzobispo de esta Iglesia diocesana: Gracias por su entrega, por su dedicación, por su servicio. El Señor que ve en lo escondido sabrá agradecerlo como corresponde. Personalmente, gracias, mi querido don Julián, que desde el primer momento me acogió con afecto paterno y cercanía de hermano; y con paciencia y maestría, con gesto sobrio y palabra honda, me enseñó y ayudó a conocer y querer a esta Iglesia: a sus sacerdotes, a los fieles de nuestras parroquias, a los laicos (grupos y movimientos, niños y jóvenes, catequistas, profesores, voluntarios de la acción socio-caritativa), a los miembros de la vida consagrada, a los seminaristas… a todos los que sois ese Pueblo de Dios del que tanto he aprendido y recibido en estos dos años. ¡Cuánto me habéis dado! Saber escuchar, acompañar, tender puentes y caminar juntos. Sé que cuento con vuestra ayuda y oración para ser con vosotros e para vosotros un pastor según el corazón de Dios: padre, hermano y amigo.

He ido apreciando esperanza y fe, ilusión y generosidad, retos y caminos a recorrer, desde las dispersas parroquias del mundo rural, hoy tan afectado por la despoblación y el olvido, hasta las presentes a lo largo de la costa, donde el mar acaricia a sus gentes en medio de importantes retos y dificultades; sin olvidarme de las tres ciudades, Santiago de Compostela, A Coruña y Pontevedra, que aportan una historia de rico pasado, comprometido presente y esperanzado futuro en su vida cristiana y ciudadana.

Son momentos para ejercer la confianza en Dios, y descubrir con gozo que Él nos da su gracia cuando nos llama a servir con más entrega al Pueblo de Dios, especialmente a todas aquellas personas, aquellas familias que más sufren estos duros momentos de crisis social y económica. Ante esta situación, en palabras del Papa Francisco, caminemos en esperanza por las semillas de bien que Dios sigue derramando en la humanidad y asumamos que, ante este reto y siempre, nadie se salva solo (cf. Fratelli tutti 54-55).

Un cordial y afectuoso saludo a todas las autoridades civiles, políticas, académicas, judiciales, militares y a los agentes sociales, así como a tantos hombres y mujeres de buena voluntad, creyentes y no creyentes, cristianos y no cristianos, con el deseo de trabajar juntos, desde el respeto y el diálogo, en favor del bien común de las gentes y pueblos de la Archidiócesis de Santiago de Compostela.

Consciente que la Puerta de la gracia siempre permanece abierta, encomiendo el ministerio que ahora se me confía, al que he sido llamado para serviros, al apóstol Santiago, a María nuestra Madre, aguardando que vivamos con gozo la próxima Pascua.

Que Dios os bendiga.

 

Francisco José Prieto Fernández
Arzobispo electo de la Archidiócesis de Santiago de Compostela

 

Fuente: archicompostela.es