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21 de mayo, Jornada de las Comunicaciones Sociales: «Hablar con el corazón en la verdad y en el amor»

 

Este domingo, 21 de mayo, solemnidad de la Ascensión del Señor, se celebra la 57º Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. «Hablar con el corazón, «en la verdad y en el amor» (Ef 4,15)» es el lema que propone el Santo Padre para la Jornada de este año.

La Santa Sede hizo público el pasado mes de enero, el Mensaje del papa Francisco para la 57º Jornada Mundial de la Comunicaciones Sociales en el que resalta que es el corazón el que nos mueve a una comunicación abierta y acogedora. El Papa destaca como «uno de los ejemplos más luminosos» a San Francisco de Sales, doctor de la Iglesia. De él se podía decir que «las palabras dulces» multiplican los amigos y un lenguaje amable favorece las buenas relaciones

Por su parte los obispos de la Comisión Episcopal Española para las comunicaciones sociales también han escrito un mensaje para esta Jornada  donde nos invitan a hablar con el corazón, en la verdad y en el amor.  Esas tres palabras, corazón, verdad y amor, ponen en juego los principios de una comunicación humana, del hablar entre personas.

¿Cuál es el mensaje de los obispos?

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Bajo el título, “En tiempos de soledad, la comunicación une corazones”, los obispos desgranan esas tres palabras en su mensaje. Indican que “vivimos tiempos de desvinculación, de individualismos, de soledad”. La polarización, los extremos, las redes sociales están haciendo de la comunicación, del encuentro, una dificultad, cuando debería ser el primer objetivo entre las personas.

Los obispos afirman que “la comunicación se realiza cuando genera vínculos con el otro, con la realidad y con la verdad”.

«Solo la comunicación de la verdad permite avanzar la sociedad»

En este sentido, en el mensaje, hablan de la telebasura, que «ha sido exponente máximo de una comunicación orientada a los ratings de audiencia convertible en beneficio económico”. La Comisión apunta que este modelo, que parece que llega a su fin, “pasa por encima de la verdad, de la dignidad de las personas, de la inteligencia humana”. Y no solo está vigente en los medios de comunicación sino que tiene extensiones en la política, el deporte o las instituciones.

Por ello, aseguran que “la comunicación con el corazón no es comunicación para la pasión que divide sino para la pasión que une, que vincula, para la compasión”.

Así, llegamos a la segunda palabra de la comunicación a la que invita el Papa, que es la  verdad“Sólo la comunicación de la verdad – matizan- permite avanzar la sociedad y es realmente comunicación”.

Y, además, los obispos hacen un llamamiento a todos los que participan en redes sociales, que muchas veces llevan a las fakes news y la incomunicación,  para «que tengan entre sus motivaciones hacer posible un encuentro y un diálogo que puedan iluminar mejor la verdad de las cosas y de las personas”.

En su mensaje, también hablan de la inteligencia artificial, que ha irrumpido en el mundo de la comunicación en los últimos meses. “Esta inteligencia artificial y sus limitaciones son una oportunidad para revalorizar la comunicación humana por lo que esta aporta de humanidad, de corazón, de amor y de verdad”.

Los obispos de la Comisión explican la tercera palabra, que está en este eje de la comunicación que propone el Papa Francisco, que es: el amor. Porque «la comunicación en el amor, como contenido y como modo de comunicar, puede hacer mejor la vida de las personas”.

Finalmente, alientan a los comunicadores y a todos los cristianos, a realizar una comunicación con corazón, verdad y amor para crear una sociedad más humana y contribuir así al bien de la persona.

 

Materiales de la jornada

 

Mensaje del Papa para la 57ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales

 

La Santa Sede hizo público ayer, 24 de enero, en la festividad de San Francisco de Sales, el Mensaje del papa Francisco para la 57º Jornada Mundial de la Comunicaciones Sociales«Hablar con el corazón, «en la verdad y en el amor» (Ef 4,15)» es el lema que propone el Santo Padre para la Jornada de este año, que se celebra el 21 de mayo, solemnidad de la Ascensión del Señor.

«Hablar con el corazón, en la verdad y en el amor» (Ef 4,15)

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

Después de haber reflexionado, en años anteriores, sobre los verbos “ir, ver” y “escuchar” como condiciones para una buena comunicación, en este Mensaje para la LVII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales quisiera centrarme en “hablar con el corazón”. Es el corazón el que nos ha movido a ir, ver y escuchar; y es el corazón el que nos mueve a una comunicación abierta y acogedora. Tras habernos ejercitado en la escucha —que requiere espera y paciencia, así como la renuncia a afirmar de modo prejuicioso nuestro punto de vista—, podemos entrar en la dinámica del diálogo y el intercambio, que es precisamente la de comunicar cordialmente. Una vez que hayamos escuchado al otro con corazón puro, lograremos hablar «en la verdad y en el amor» (cf. Ef 4,15). No debemos tener miedo a proclamar la verdad, aunque a veces sea incómoda, sino a hacerlo sin caridad, sin corazón. Porque «el programa del cristiano —como escribió Benedicto XVI— es un “corazón que ve”».[1] Un corazón que, con su latido, revela la verdad de nuestro ser, y que por eso hay que escucharlo. Esto lleva a quien escucha a sintonizarse en la misma longitud de onda, hasta el punto de que se llega a sentir en el propio corazón el latido del otro. Entonces se hace posible el milagro del encuentro, que nos permite mirarnos los unos a los otros con compasión, acogiendo con respeto las fragilidades de cada uno, en lugar de juzgar de oídas y sembrar discordia y divisiones.

Jesús nos recuerda que cada árbol se reconoce por su fruto (cf. Lc 6,44), y advierte que «el hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo que es bueno; y el hombre malo, de su mal tesoro saca lo que es malo; porque de la abundancia del corazón habla su boca» (v. 45). Por eso, para poder comunicar «en la verdad y en el amor» es necesario purificar el corazón. Sólo escuchando y hablando con un corazón puro podemos ver más allá de las apariencias y superar los ruidos confusos que, también en el campo de la información, no nos ayudan a discernir en la complejidad del mundo en que vivimos. La llamada a hablar con el corazón interpela radicalmente nuestro tiempo, tan propenso a la indiferencia y a la indignación, a veces sobre la base de la desinformación, que falsifica e instrumentaliza la verdad.

Comunicar cordialmente

Comunicar cordialmente quiere decir que quien nos lee o nos escucha capta nuestra participación en las alegrías y los miedos, en las esperanzas y en los sufrimientos de las mujeres y los hombres de nuestro tiempo. Quien habla así quiere bien al otro, porque se preocupa por él y custodia su libertad sin violarla. Podemos ver este estilo en el misterioso Peregrino que dialoga con los discípulos que van hacia Emaús después de la tragedia consumada en el Gólgota. Jesús resucitado les habla con el corazón, acompañando con respeto el camino de su dolor, proponiéndose y no imponiéndose, abriéndoles la mente con amor a la comprensión del sentido profundo de lo sucedido.

De hecho, ellos pueden exclamar con alegría que el corazón les ardía en el pecho mientras Él conversaba con ellos a lo largo del camino y les explicaba las Escrituras (cf. Lc 24,32).

En un periodo histórico marcado por polarizaciones y contraposiciones —de las que, lamentablemente, la comunidad eclesial no es inmune—, el compromiso por una comunicación “con el corazón y con los brazos abiertos” no concierne exclusivamente a los profesionales de la información, sino que es responsabilidad de cada uno. Todos estamos llamados a buscar y a decir la verdad, y a hacerlo con caridad. A los cristianos, en especial, se nos exhorta continuamente a guardar la lengua del mal (cf. Sal 34,14), ya que, como enseña la Escritura, con la lengua podemos bendecir al Señor y maldecir a los hombres creados a semejanza de Dios (cf. St 3,9). De nuestra boca no deberían salir palabras malas, sino más bien palabras buenas «que resulten edificantes cuando sea necesario y hagan bien a aquellos que las escuchan» (Ef 4,29).

A veces, el hablar amablemente abre una brecha incluso en los corazones más endurecidos. Tenemos prueba de esto en la literatura. Pienso en aquella página memorable del capítulo XXI de Los novios, en el que Lucía habla con el corazón al Innominado hasta que éste, desarmado y atormentado por una benéfica crisis interior, cede a la fuerza gentil del amor. Lo experimentamos en la convivencia cívica, en la que la amabilidad no es solamente cuestión de buenas maneras, sino un verdadero antídoto contra la crueldad que, lamentablemente, puede envenenar los corazones e intoxicar las relaciones. La necesitamos en el ámbito de los medios para que la comunicación no fomente el rencor que exaspera, genera rabia y lleva al enfrentamiento, sino que ayude a las personas a reflexionar con calma, a descifrar, con espíritu crítico y siempre respetuoso, la realidad en la que viven.

La comunicación de corazón a corazón: “Basta amar bien para decir bien”

Uno de los ejemplos más luminosos y, aún hoy, fascinantes de “hablar con el corazón” estárepresentado en san Francisco de Sales, doctor de la Iglesia, a quien he dedicado recientemente la Carta apostólica Totum amoris est, con motivo de los 400 años de su muerte. Junto a este importanteaniversario, me gusta recordar, en esta circunstancia, otro que se celebra en este año 2023: el centenario de su proclamación como patrono de los periodistas católicos por parte de Pío XI con la Encíclica Rerum omnium perturbationem. Intelecto brillante, escritor fecundo, teólogo de gran profundidad, Francisco de Sales fue obispo de Ginebra al inicio del s. XVII, en años difíciles,marcados por encendidas disputas con los calvinistas. Su actitud apacible, su humanidad, sudisposición a dialogar pacientemente con todos, especialmente con quien lo contradecía, lo convirtieron en un testigo extraordinario del amor misericordioso de Dios. De él se podía decir que«las palabras dulces multiplican los amigos y un lenguaje amable favorece las buenas relaciones» (Si6,5). Por lo demás, una de sus afirmaciones más célebres, «el corazón habla al corazón», ha inspiradoa generaciones de fieles, entre ellos san John Henry Newman, que la eligió como lema, Cor ad corloquitur. «Basta amar bien para decir bien» era una de sus convicciones. Ello demuestra que para él la comunicación nunca debía reducirse a un artificio —a una estrategia de marketing, diríamos hoy—, sino que tenía que ser el reflejo del ánimo, la superficie visible de un núcleo de amor invisible a los ojos. Para san Francisco de Sales, es precisamente «en el corazón y por medio del corazón donde se realiza ese sutil e intenso proceso unitario en virtud del cual el hombre reconoce a Dios».[2] “Amandobien”, san Francisco logró comunicarse con el sordomudo Martino, haciéndose su amigo; por eso es recordado como el protector de las personas con discapacidades comunicativas.

A partir de este “criterio del amor”, y a través de sus escritos y del testimonio de su vida, el santo obispo de Ginebra nos recuerda que “somos lo que comunicamos”. Una lección que va contracorriente hoy, en un tiempo en el que, como experimentamos sobre todo en las redes sociales, la comunicación frecuentemente se instrumentaliza, para que el mundo nos vea como querríamos ser y no como somos. San Francisco de Sales repartió numerosas copias de sus escritos en la comunidad ginebrina. Esta intuición “periodística” le valió una fama que superó rápidamente el perímetro de sudiócesis y que perdura aún en nuestros días. Sus escritos, observó san Pablo VI, suscitan una lectura«sumamente agradable, instructiva, estimulante».[3] Si vemos el panorama de la comunicación actual, ¿no son precisamente estas características las que debería tener un artículo, un reportaje, un servicioradiotelevisivo o un post en las redes sociales? Que los profesionales de la comunicación se sientan inspirados por este santo de la ternura, buscando y contando la verdad con valor y libertad, pero rechazando la tentación de usar expresiones llamativas y agresivas.

Hablar con el corazón en el proceso sinodal

Como he podido subrayar, «también en la Iglesia hay mucha necesidad de escuchar y deescucharnos. Es el don más precioso y generativo que podemos ofrecernos los unos a los otros».[4]De una escucha sin prejuicios, atenta y disponible, nace un hablar conforme al estilo de Dios, que senutre de cercanía, compasión y ternura. En la Iglesia necesitamos urgentemente una comunicaciónque encienda los corazones, que sea bálsamo sobre las heridas e ilumine el camino de los hermanosy de las hermanas. Sueño una comunicación eclesial que sepa dejarse guiar por el Espíritu Santo,amable y, al mismo tiempo, profética; que sepa encontrar nuevas formas y modalidades para elmaravilloso anuncio que está llamada a dar en el tercer milenio. Una comunicación que ponga en elcentro la relación con Dios y con el prójimo, especialmente con el más necesitado, y que sepaencender el fuego de la fe en vez de preservar las cenizas de una identidad autorreferencial. Unacomunicación cuyas bases sean la humildad en el escuchar y la parresia en el hablar; que no separenunca la verdad de la caridad.

Desarmar los ánimos promoviendo un lenguaje de paz

«Una lengua suave quiebra hasta un hueso», dice el libro de los Proverbios (25,15). Hablar con el corazón es hoy muy necesario para promover una cultura de paz allí donde hay guerra; para abrir senderos que permitan el diálogo y la reconciliación allí donde el odio y la enemistad causan estragos. En el dramático contexto del conflicto global que estamos viviendo, es urgente afirmar una comunicación no hostil. Es necesario vencer «la costumbre de desacreditar rápidamente al adversario aplicándole epítetos humillantes, en lugar de enfrentar un diálogo abierto y respetuoso». [5] Necesitamos comunicadores dispuestos a dialogar, comprometidos a favorecer un desarme integral y que se esfuercen por desmantelar la psicosis bélica que se anida en nuestros corazones; como exhortaba proféticamente san Juan XXIII en la Encíclica Pacem in terris, la paz «verdadera puede apoyarse únicamente en la confianza recíproca» (n. 113). Una confianza que necesita comunicadores no ensimismados, sino audaces y creativos, dispuestos a arriesgarse para hallar un terreno común donde encontrarse. Como hace sesenta años, vivimos una hora oscura en la que la humanidad teme una escalada bélica que se ha de frenar cuanto antes, también a nivel comunicativo. Uno se queda horrorizado al escuchar con qué facilidad se pronuncian palabras que claman por la destrucción de pueblos y territorios. Palabras que, desgraciadamente, se convierten a menudo en acciones bélicas de cruel violencia. He aquí por qué se ha de rechazar toda retórica belicista, así como cualquier forma de propaganda que manipule la verdad, desfigurándola por razones ideológicas. Se debe promover, en cambio, en todos los niveles, una comunicación que ayude a crear las condiciones para resolver las controversias entre los pueblos.

En cuanto cristianos, sabemos que es precisamente la conversión del corazón la que decide el destino de la paz, ya que el virus de la guerra procede del interior del corazón humano.[6] Del corazón brotan las palabras capaces de disipar las sombras de un mundo cerrado y dividido, para edificar una civilización mejor que la que hemos recibido. Es un esfuerzo que se nos pide a cada uno de nosotros, pero que apela especialmente al sentido de responsabilidad de los operadores de la comunicación, a fin de que desarrollen su profesión como una misión.

Que el Señor Jesús, Palabra pura que surge del corazón del Padre, nos ayude a hacer nuestra comunicación libre, limpia y cordial.

Que el Señor Jesús, Palabra que se hizo carne, nos ayude a escuchar el latido de los corazones, para redescubrirnos hermanos y hermanas, y desarmar la hostilidad que nos divide.

Que el Señor Jesús, Palabra de verdad y de amor, nos ayude a decir la verdad en la caridad, para sentirnos custodios los unos de los otros.

 

Roma, San Juan de Letrán, 24 de enero de 2023, memoria de san Francisco de Sales.

FRANCISCO

 

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[1] Carta enc. Deus caritas est, 31.

[2] Carta ap. Totum amoris est (28 diciembre 2022).

[3] Epístola ap. Sabaudiae gemma, con motivo del IV Centenario del nacimiento de san Francisco de Sales, doctor de la

Iglesia (29 enero 1967).

[4] Mensaje para la LVI Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (24 enero 2022).

[5] Carta enc. Fratelli tutti (3 octubre 2020), 201.

[6] Cf. Mensaje para la 56 Jornada Mundial de la Paz (1 enero 2023).

 

 

Fuente: vaticanews.va

Mensaje de mons. Julián Barrio en la Solemnidad de la Ascensión del Señor 2022

 

Con motivo de la Solemnidad de la Ascensión del Señor, que coindice con la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, nuestro arzobispo ha querido enviarnos este mensaje.

En el, D. Julián nos señala que «vivir el Evangelio conlleva la tarea de comunicarlo», pero siempre «centrando la atención en la necesaria tarea de la escucha«, pero en una «escucha con los oídos del corazón«, como dice el lema de esta jornada. Eso supone tener «coraje para la acogida, un corazón libre que prescinda de prejuicios y el deseo de compartir un amor que se ha experimentado previamente».

 

Fuente: archicompostela.es

Delegación de Medios de la Diócesis de Santiago – Jornada de las Comunicaciones Sociales 2022

 

El 29 de mayo, Solemnidad de la Ascensión del Señor, se celebra la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, este año bajo el lema «Escuchar con los oídos del corazón».

«Se comunica de verdad cuando se escucha de corazón» es el título que encabeza el Mensaje de los obispos para esta Jornada en el que implican a todos en el papel de comunicar. «Todos compartimos esa misión, de un modo o de otro, porque vivir en relación es vivir en comunicación y es verdad que, solo por estar juntos, ya se produce un caudal de comunicación importante«, señalan.

A la vez que reclaman para esta comunicación la importancia tanto de hablar como de escuchar: «no se comunica quien sólo escucha, ni comunica quien sólo habla. De hecho, se precisan mutuamente; para escuchar es preciso que alguien hable, que alguien transmita, pero para hablar con fundamento es preciso antes haber escuchado. Sólo así se produce el diálogo que vivifica la sociedad y la hace crecer»

 

Fuente: pastoralsantiago.org

Jornada de las Comunicaciones Sociales: «Escuchar con los oídos del corazón»

 

El próximo 29 de mayoSolemnidad de la Ascensión del Señor, se celebra la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, este año bajo el lema «Escuchar con los oídos del corazón».

La Comisión Episcopal para las Comunicaciones sociales, edita unos materiales para facilitar la celebración de esta Jornada, con la que la Iglesia «destaca el papel imprescindible de la comunicación para la vida plena: Hay una buena noticia que debe ser comunicada y conocida para el bien de todos», como recuerdan los obispos de esta Comisión en su Mensaje.

Materiales de la jornada.

 

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¿Cuál es el mensaje de los obispos?

«Se comunica de verdad cuando se escucha de corazón» es el título que encabeza el Mensaje de los obispos para esta Jornada en el que implican a todos en el papel de comunicar. «Todos compartimos esa misión, de un modo o de otro, porque vivir en relación es vivir en comunicación y es verdad que, solo por estar juntos, ya se produce un caudal de comunicación importante«, señalan.

A la vez que reclaman para esta comunicación la importancia tanto de hablar como de escuchar: «no se comunica quien sólo escucha, ni comunica quien sólo habla. De hecho, se precisan mutuamente; para escuchar es preciso que alguien hable, que alguien transmita, pero para hablar con fundamento es preciso antes haber escuchado. Sólo así se produce el diálogo que vivifica la sociedad y la hace crecer»

La escucha sinodal, referente para la sociedad

Los obispos de la Comisión Episcopal para las Comunicaciones sociales, además, invitan a unirse a lo toda la sociedad: «las organizaciones políticas y sociales, los debates parlamentarios, las relaciones internacionales pueden aprender de este camino sinodal que hace de la escucha y del discernimiento una cultura nueva para un tiempo nuevo». Pues «la propuesta de la Iglesia es, más que nunca, una escucha con el corazón que cuando habla no insulta, no calumnia, no engaña, no manipula, no viene a imponer ni a traicionar, sino que viene a aportar su grano de arena en la construcción del bien común», añaden.

A quién escuchar

Mientas que «mirar el mundo, escucharlo con los oídos del corazón, lleva inevitablemente a poner en el centro a los que sufren, a quienes están solos, a los enfermos, a los tristes. Una escucha con el corazón no puede dejar pasar el dolor humano, lo acoge y lo acompaña».

En este sentido precisan que «en el mundo de la comunicación esta escucha se hace muy importanteLos comunicadores tienen como misión dar a conocer el sufrimiento para que pueda ser atendido. Por eso su lugar está tantas veces con los desfavorecidos y, en algunos casos, eso cuesta la vida».

Una escucha agradecida

La última parte de este mensaje se dedica a agradecer «con el corazón la escucha de aquellos comunicadores que, en el ejercicio de la profesión, también han escuchado con el corazón. Son aquellos que ofrecen un periodismo sin prejuicios, un periodismo que escucha con sinceridad la verdad, que se asoma a la vida cotidiana de las personas, que escucha la voz de la justicia que se hace presente en tantos acontecimientos y que, a través de ellos, es ofrecida y conocida».

Y también a recordar «con igual agradecimiento a todos aquellos muertos por comunicar, por ejercer la noble e imprescindible profesión del periodista, en Ucrania, en México y en los muchos conflictos olvidados de este mundo».

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Mensaje del papa Francisco

La Santa Sede hacía públio el 24 de enero, festividad de San Francisco de Sales, el mensaje del papa Francisco para esta 56º Jornada Mundial de la Comunicaciones Sociales.

«El año pasado -explica el Santo Padre- reflexionamos sobre la necesidad de “ir y ver” para descubrir la realidad y poder contarla a partir de la experiencia de los acontecimientos y del encuentro con las personas. Siguiendo en esta línea, «deseo ahora centrar la atención sobre otro verbo, “escuchar”, decisivo en la gramática de la comunicación y condición para un diálogo auténtico».

Acceder al texto completo

 

 

Fuente: conferenciaepiscopal.es

«Escuchar con los oídos del corazón»

Esta es  la propuesta que el  Papa Francisco ha dado a los periodistas (y a todos) para hacer más humana la comunicación, tal como se recoge en su mensaje, recientemente publicado, para la 56° Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, que se celebrará el próximo 29 de mayo de 2022, y que, a continuación compartimos íntegramente:

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Escuchar con los oídos del corazón”:

 

Queridos hermanos y hermanas:

El año pasado reflexionamos sobre la necesidad de “ir y ver” para descubrir la realidad y poder contarla a partir de la experiencia de los acontecimientos y del encuentro con las personas.

Siguiendo en esta línea, deseo ahora centrar la atención sobre otro verbo, “escuchar”, decisivo en la gramática de la comunicación y condición para un diálogo auténtico. En efecto, estamos perdiendo la capacidad de escuchar a quien tenemos delante, sea en la trama normal de las relaciones cotidianas, sea en los debates sobre los temas más importantes de la vida civil.

Al mismo tiempo, la escucha está experimentando un nuevo e importante desarrollo en el campo comunicativo e informativo, a través de las diversas ofertas de podcast y chat audio, lo que confirma que escuchar sigue siendo esencial para la comunicación humana.

A un ilustre médico, acostumbrado a curar las heridas del alma, le preguntaron cuál era la mayor necesidad de los seres humanos. Respondió: “El deseo ilimitado de ser escuchados”.

Es un deseo que a menudo permanece escondido, pero que interpela a todos los que están llamados a ser educadores o formadores, o que desempeñen un papel de comunicador: los padres y los profesores, los pastores y los agentes de pastoral, los trabajadores de la información y cuantos prestan un servicio social o político.

 

Escuchar con los oídos del corazón

En las páginas bíblicas aprendemos que la escucha no sólo posee el significado de una percepción acústica, sino que está esencialmente ligada a la relación dialógica entre Dios y la humanidad. «Shema’ Israel – Escucha, Israel» (Dt 6,4), el íncipit del primer mandamiento de la Torah se propone continuamente en la Biblia, hasta tal punto que San Pablo afirma que «la fe proviene de la escucha» (Rm 10,17).

Efectivamente, la iniciativa es de Dios que nos habla, y nosotros respondemos escuchándolo; pero también esta escucha, en el fondo, proviene de su gracia, como sucede al recién nacido que responde a la mirada y a la voz de la mamá y del papá. De los cinco sentidos, parece que el privilegiado por Dios es precisamente el oído, quizá porque es menos invasivo, más discreto que la vista, y por tanto deja al ser humano más libre.

La escucha corresponde al estilo humilde de Dios. Es aquella acción que permite a Dios revelarse como Aquel que, hablando, crea al hombre a su imagen, y, escuchando, lo reconoce como su interlocutor.

Dios ama al hombre: por eso le dirige la Palabra, por eso “inclina el oído” para escucharlo. El hombre, por el contrario, tiende a huir de la relación, a volver la espalda y “cerrar los oídos” para no tener que escuchar.

El negarse a escuchar termina a menudo por convertirse en agresividad hacia el otro, como les sucedió a los oyentes del diácono Esteban, quienes, tapándose los oídos, se lanzaron todos juntos contra él (cf. Hch 7,57). Así, por una parte está Dios, que siempre se revela comunicándose gratuitamente; y por la otra, el hombre, a quien se le pide que se ponga a la escucha.

El Señor llama explícitamente al hombre a una alianza de amor, para que pueda llegar a ser plenamente lo que es: imagen y semejanza de Dios en su capacidad de escuchar, de acoger, de dar espacio al otro. La escucha, en el fondo, es una dimensión del amor.

Por eso Jesús pide a sus discípulos que verifiquen la calidad de su escucha: «Presten atención a la forma en que escuchan» (Lc 8,18); los exhorta de ese modo después de haberles contado la parábola del sembrador, dejando entender que no basta escuchar, sino que hay que hacerlo bien.

Solo da frutos de vida y de salvación quien acoge la Palabra con el corazón “bien dispuesto y bueno” y la custodia fielmente (cf. Lc 8,15).

Solo prestando atención a quién escuchamos, qué escuchamos y cómo escuchamos podemos crecer en el arte de comunicar, cuyo centro no es una teoría o una técnica, sino la «capacidad del corazón que hace posible la proximidad» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 171).

Todos tenemos oídos, pero muchas veces incluso quien tiene un oído perfecto no consigue escuchar a los demás. Existe realmente una sordera interior peor que la sordera física. La escucha, en efecto, no tiene que ver solamente con el sentido del oído, sino con toda la persona. La verdadera sede de la escucha es el corazón.

El rey Salomón, a pesar de ser muy joven, demostró sabiduría porque pidió al Señor que le concediera «un corazón capaz de escuchar» (1 Re 3,9). Y San Agustín invitaba a escuchar con el corazón (corde audire), a acoger las palabras no exteriormente en los oídos, sino espiritualmente en el corazón: «No tengan el corazón en los oídos, sino los oídos en el corazón».[1] Y San Francisco de Asís exhortaba a sus hermanos a «inclinar el oído del corazón».[2]

La primera escucha que hay que redescubrir cuando se busca una comunicación verdadera es la escucha de sí mismo, de las propias exigencias más verdaderas, aquellas que están inscritas en lo íntimo de toda persona. Y no podemos sino escuchar lo que nos hace únicos en la creación: el deseo de estar en relación con los otros y con el Otro. No estamos hechos para vivir como átomos, sino juntos.

 

La escucha como condición de la buena comunicación

Existe un uso del oído que no es verdadera escucha, sino lo contrario: el escuchar a escondidas. De hecho, una tentación siempre presente y que hoy, en el tiempo de las redes sociales, parece haberse agudizado, es la de escuchar a escondidas y espiar, instrumentalizando a los demás para nuestro interés.

Por el contrario, lo que hace la comunicación buena y plenamente humana es precisamente la escucha de quien tenemos delante, cara a cara, la escucha del otro a quien nos acercamos con apertura leal, confiada y honesta.

Lamentablemente, la falta de escucha, que experimentamos muchas veces en la vida cotidiana, es evidente también en la vida pública, en la que, a menudo, en lugar de oír al otro, lo que nos gusta es escucharnos a nosotros mismos. Esto es síntoma de que, más que la verdad y el bien, se busca el consenso; más que a la escucha, se está atento a la audiencia.

La buena comunicación, en cambio, no trata de impresionar al público con un comentario ingenioso dirigido a ridiculizar al interlocutor, sino que presta atención a las razones del otro y trata de hacer que se comprenda la complejidad de la realidad. Es triste cuando, también en la Iglesia, se forman bandos ideológicos, la escucha desaparece y su lugar lo ocupan contraposiciones estériles.

En realidad, en muchos de nuestros diálogos no nos comunicamos en absoluto. Estamos simplemente esperando que el otro termine de hablar para imponer nuestro punto de vista. En estas situaciones, como señala el filósofo Abraham Kaplan,[3] el diálogo es un “duálogo”, un monólogo a dos voces. En la verdadera comunicación, en cambio, tanto el tú como el yo están “en salida”, tienden el uno hacia el otro.

Escuchar es, por tanto, el primer e indispensable ingrediente del diálogo y de la buena comunicación. No se comunica si antes no se ha escuchado, y no se hace buen periodismo sin la capacidad de escuchar. Para ofrecer una información sólida, equilibrada y completa es necesario haber escuchado durante largo tiempo.

Para contar un evento o describir una realidad en un reportaje es esencial haber sabido escuchar, dispuestos también a cambiar de idea, a modificar las propias hipótesis de partida. En efecto, solamente si se sale del monólogo se puede llegar a esa concordancia de voces que es garantía de una verdadera comunicación.

Escuchar diversas fuentes, “no conformarnos con lo primero que encontramos” —como enseñan los profesionales expertos— asegura fiabilidad y seriedad a las informaciones que transmitimos. Escuchar más voces, escucharse mutuamente, también en la Iglesia, entre hermanos y hermanas, nos permite ejercitar el arte del discernimiento, que aparece siempre como la capacidad de orientarse en medio de una sinfonía de voces. Pero, ¿por qué afrontar el esfuerzo que requiere la escucha?

Un gran diplomático de la Santa Sede, el Cardenal Agostino Casaroli, hablaba del “martirio de la paciencia”, necesario para escuchar y hacerse escuchar en las negociaciones con los interlocutores más difíciles, con el fin de obtener el mayor bien posible en condiciones de limitación de la libertad.

Pero también en situaciones menos difíciles, la escucha requiere siempre la virtud de la paciencia, junto con la capacidad de dejarse sorprender por la verdad — aunque sea tan sólo un fragmento de la verdad— de la persona que estamos escuchando. Sólo el asombro permite el conocimiento. Me refiero a la curiosidad infinita del niño que mira el mundo que lo rodea con los ojos muy abiertos.

Escuchar con esta disposición de ánimo —el asombro del niño con la consciencia de un adulto— es un enriquecimiento, porque siempre habrá alguna cosa, aunque sea mínima, que puedo aprender del otro y aplicar a mi vida.

La capacidad de escuchar a la sociedad es sumamente preciosa en este tiempo herido por la larga pandemia. Mucha desconfianza acumulada precedentemente hacia la “información oficial” ha causado una “infodemia”, dentro de la cual es cada vez más difícil hacer creíble y transparente el mundo de la información.

Es preciso disponer el oído y escuchar en profundidad, especialmente el malestar social acrecentado por la disminución o el cese de muchas actividades económicas. También la realidad de las migraciones forzadas es un problema complejo, y nadie tiene la receta lista para resolverlo.

Repito que, para vencer los prejuicios sobre los migrantes y ablandar la dureza de nuestros corazones, sería necesario tratar de escuchar sus historias, dar un nombre y una historia a cada uno de ellos. Muchos buenos periodistas ya lo hacen. Y muchos otros lo harían si pudieran. ¡Alentémoslos! ¡Escuchemos estas historias!

Después, cada uno será libre de sostener las políticas migratorias que considere más adecuadas para su país. Pero, en cualquier caso, ante nuestros ojos ya no tendremos números o invasores peligrosos, sino rostros e historias de personas concretas, miradas, esperanzas, sufrimientos de hombres y mujeres que hay que escuchar.

 

Escucharse en la Iglesia

También en la Iglesia hay mucha necesidad de escuchar y de escucharnos. Es el don más precioso y generativo que podemos ofrecernos los unos a los otros. Nosotros los cristianos olvidamos que el servicio de la escucha nos ha sido confiado por Aquel que es el oyente por excelencia, a cuya obra estamos llamados a participar. «Debemos escuchar con los oídos de Dios para poder hablar con la palabra de Dios».[4]

El teólogo protestante Dietrich Bonhoeffer nos recuerda de este modo que el primer servicio que se debe prestar a los demás en la comunión consiste en escucharlos. Quien no sabe escuchar al hermano, pronto será incapaz de escuchar a Dios.[5] En la acción pastoral, la obra más importante es “el apostolado del oído”.

Escuchar antes de hablar, como exhorta el apóstol Santiago: «Cada uno debe estar pronto a escuchar, pero ser lento para hablar» (1,19). Dar gratuitamente un poco del propio tiempo para escuchar a las personas es el primer gesto de caridad.

Hace poco ha comenzado un proceso sinodal. Oremos para que sea una gran ocasión de escucha recíproca. La comunión no es el resultado de estrategias y programas, sino que se edifica en la escucha recíproca entre hermanos y hermanas.

Como en un coro, la unidad no requiere uniformidad, monotonía, sino pluralidad y variedad de voces, polifonía. Al mismo tiempo, cada voz del coro canta escuchando las otras voces y en relación a la armonía del conjunto. Esta armonía ha sido ideada por el compositor, pero su realización depende de la sinfonía de todas y cada una de las voces.

Conscientes de participar en una comunión que nos precede y nos incluye, podemos redescubrir una Iglesia sinfónica, en la que cada uno puede cantar con su propia voz acogiendo las de los demás como un don, para manifestar la armonía del conjunto que el Espíritu Santo compone.

Roma, San Juan de Letrán, 24 de enero de 2022, Memoria de san Francisco de Sales.

FRANCISCO

 

[1] «Nolite habere cor in auribus, sed aures in corde» (Sermo 380, 1: Nuova Biblioteca Agostiniana 34, 568).

[2] Carta a toda la Orden: Fuentes Franciscanas, 216.

[3] Cf. The life of dialogue, en J. D. Roslansky ed., Communication. A discussion at the Nobel Conference, North-Holland Publishing Company – Amsterdam 1969, 89-108.

[4] D. Bonhoeffer, Vida en comunidad, Sígueme, Salamanca 2003, 92.

[5] Cf. ibíd., 90-91.

 

Fuente: Vatican News