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Mensaje de Pascua y Bendición «Urbi et Orbi» 2024 del Papa Francisco

El Papa Francisco dirigió su mensaje pascual a los fieles de la ciudad de Roma y del mundo e impartió la Bendición Urbi et Orbi este Domingo de Resurrección, 31 de marzo, desde el balcón central de la fachada de la Basílica de San Pedro.

En su Mensaje de Pascua el Papa recordó que el Resucitado es el único que puede hacer rodar la piedra de la guerra y de las crisis humanitarias y abrir el camino de la vida. También rezó por las víctimas y los niños de Israel, Palestina y Ucrania, y pidió el intercambio de rehenes y el alto el fuego en la Franja. Asimismo oró por Siria, el Líbano, Haití, el pueblo Rohingyá y los países africanos en dificultades. Y subrayó que con frecuencia el don de la vida es despreciado por el hombre

 

A continuación, el Mensaje Urbi et Orbi del Papa Francisco:

 

Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Pascua!

 

Hoy resuena en todo el mundo el anuncio que salió hace dos mil años desde Jerusalén: “Jesús  Nazareno, el Crucificado, ha resucitado” (cf. Mc 16,6).

La Iglesia revive el asombro de las mujeres que fueron al sepulcro al amanecer del primer día  de la semana. La tumba de Jesús había sido cerrada con una gran piedra; y así también hoy hay rocas  pesadas, demasiado pesadas, que cierran las esperanzas de la humanidad: la roca de la guerra, la roca  de las crisis humanitarias, la roca de las violaciones de los derechos humanos, la roca del tráfico de  personas, y otras más. También nosotros, como las mujeres discípulas de Jesús, nos preguntamos unos  a otros: “¿Quién nos correrá estas piedras?” (cf. Mc 16,3).

Y he aquí el gran descubrimiento de la mañana de Pascua: la piedra, aquella piedra tan grande,  ya había sido corrida. El asombro de las mujeres es nuestro asombro. La tumba de Jesús está abierta  y vacía. A partir de ahí comienza todo. A través de ese sepulcro vacío pasa el camino nuevo, aquel  que ninguno de nosotros sino sólo Dios pudo abrir: el camino de la vida en medio de la muerte, el  camino de la paz en medio de la guerra, el camino de la reconciliación en medio del odio, el camino  de la fraternidad en medio de la enemistad.  

Hermanos y hermanas, Jesucristo ha resucitado, y sólo Él es capaz de quitar las piedras que  cierran el camino hacia la vida. Más aún, Él mismo, el Viviente, es el Camino; el Camino de la vida,  de la paz, de la reconciliación, de la fraternidad. Él nos abre un pasaje que humanamente es imposible,  porque sólo Él quita el pecado del mundo y perdona nuestros pecados. Y sin el perdón de Dios esa  piedra no puede ser removida. Sin el perdón de los pecados no es posible salir de las cerrazones, de  los prejuicios, de las sospechas recíprocas o de las presunciones que siempre absuelven a uno mismo  y acusan a los demás. Sólo Cristo resucitado, dándonos el perdón de los pecados, nos abre el camino  a un mundo renovado.

Sólo Él nos abre las puertas de la vida, esas puertas que cerramos continuamente con las  guerras que proliferan en el mundo. Hoy dirigimos nuestra mirada ante todo a la Ciudad Santa de  Jerusalén, testigo del misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, y a todas las comunidades  cristianas de Tierra Santa.

Mi pensamiento se dirige principalmente a las víctimas de tantos conflictos que están en curso  en el mundo, comenzando por los de Israel y Palestina, y en Ucrania. Que Cristo resucitado abra un  camino de paz para las martirizadas poblaciones de esas regiones. A la vez que invito a respetar de  los principios del derecho internacional, hago votos por un intercambio general de todos los  prisioneros entre Rusia y Ucrania: ¡todos por todos!

Además, reitero el llamamiento para que se garantice la posibilidad del acceso de ayudas  humanitarias a Gaza, exhortando nuevamente a la rápida liberación de los rehenes secuestrados el  pasado 7 de octubre y a un inmediato alto el fuego en la Franja.

No permitamos que las hostilidades en curso continúen afectando gravemente a la población  civil, ya de por sí extenuada, y principalmente a los niños. Cuánto sufrimiento vemos en sus ojos.  Con su mirada nos preguntan: ¿por qué? ¿Por qué tanta muerte? ¿Por qué tanta destrucción? La guerra  es siempre un absurdo y una derrota. No permitamos que los vientos de la guerra soplen cada vez más  fuertes sobre Europa y sobre el Mediterráneo. Que no se ceda a la lógica de las armas y del rearme.  La paz no se construye nunca con las armas, sino tendiendo la mano y abriendo el corazón.

No nos olvidemos de Siria, que lleva catorce años sufriendo las consecuencias de una guerra  larga y devastadora. Muchísimos muertos, personas desaparecidas, tanta pobreza y destrucción  esperan respuestas por parte de todos, también de la Comunidad internacional.

Mi mirada se dirige hoy de modo especial al Líbano, afectado desde hace tiempo por un  bloqueo institucional y por una profunda crisis económica y social, agravados ahora por las  hostilidades en la frontera con Israel. Que el Resucitado consuele al amado pueblo libanés y sostenga  a todo el país en su vocación a ser una tierra de encuentro, convivencia y pluralismo.

Mi pensamiento se orienta en particular a la Región de los Balcanes Occidentales, donde se  están dando pasos significativos hacia la integración en el proyecto europeo. Que las diferencias  étnicas, culturales y confesionales no sean causa de división, sino fuente de riqueza para toda Europa  y para el mundo entero.

Asimismo, aliento las conversaciones entre Armenia y Azerbaiyán para que, con el apoyo de  la Comunidad internacional, puedan proseguir el diálogo, ayudar a las personas desplazadas, respetar  los lugares de culto de las diversas confesiones religiosas y llegar cuanto antes a un acuerdo de paz  definitivo.

Que Cristo resucitado abra un camino de esperanza a las personas que en otras partes del  mundo sufren a causa de la violencia, los conflictos y la inseguridad alimentaria, como también por  los efectos del cambio climático. Que dé consuelo a las víctimas de cualquier forma de terrorismo.  Recemos por los que han perdido la vida e imploremos el arrepentimiento y la conversión de los  autores de estos crímenes.

Que el Resucitado asista al pueblo haitiano, para que cese cuanto antes la violencia que lacera  y ensangrienta el país, y pueda progresar en el camino de la democracia y la fraternidad.  Que conforte a los Rohinyá, afligidos por una grave crisis humanitaria, y abra el camino de la  reconciliación en Myanmar, país golpeado desde hace años por conflictos internos, para que se  abandone definitivamente toda lógica de violencia.

Que abra vías de paz en el continente africano, especialmente para las poblaciones exhaustas  en Sudán y en toda la región del Sahel, en el Cuerno de África, en la región de Kivu en la República  Democrática del Congo y en la provincia de Cabo Delgado en Mozambique, y ponga fin a la  prolongada situación de sequía que afecta a amplias zonas y provoca carestía y hambre.

Que el Resucitado haga resplandecer su luz sobre los migrantes y sobre todos aquellos que  están atravesando un período de dificultad económica, brindándoles consuelo y esperanza en los  momentos de necesidad. Que Cristo guíe a todas las personas de buena voluntad a unirse en la  solidaridad, para afrontar juntos los numerosos desafíos que conciernen a las familias más pobres en  su búsqueda de una vida mejor y de la felicidad.

En este día en que celebramos la vida que se nos da en la resurrección del Hijo, recordamos  el amor infinito de Dios por cada uno de nosotros, un amor que supera todo límite y toda debilidad.  Y, sin embargo, con cuánta frecuencia se desprecia el don precioso de la vida. ¿Cuántos niños ni  siquiera pueden ver la luz? ¿Cuántos mueren de hambre o carecen de cuidados esenciales o son  víctimas de abusos y violencia? ¿Cuántas vidas se compran y se venden por el creciente comercio de  seres humanos?

En el día en que Cristo nos ha liberado de la esclavitud de la muerte, exhorto a cuantos tienen  responsabilidades políticas para que no escatimen esfuerzos en combatir el flagelo de la trata de seres  humanos, trabajando incansablemente para desmantelar sus redes de explotación y conducir a la  libertad a quienes son sus víctimas. Que el Señor consuele a sus familias, sobre todo a las que esperan  ansiosamente noticias de sus seres queridos, asegurándoles conforto y esperanza.

Que la luz de la resurrección ilumine nuestras mentes y convierta nuestros corazones,  haciéndonos conscientes del valor de toda vida humana, que debe ser acogida, protegida y amada.  ¡Feliz Pascua a todos!

 

 

 

Fuente: vaticannews.va

El Papa Francisco pronostica para esta Pascua “el contagio de la esperanza”

 

MENSAJE URBI ET ORBI
DEL SANTO PADRE FRANCISCO

PASCUA 2020

Basílica Vaticana
Domingo, 12 de abril de 2020


 

Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Pascua!

Hoy resuena en todo el mundo el anuncio de la Iglesia: “¡Jesucristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!”.

Esta Buena Noticia se ha encendido como una llama nueva en la noche, en la noche de un mundo que enfrentaba ya desafíos cruciales y que ahora se encuentra abrumado por la pandemia, que somete a nuestra gran familia humana a una dura prueba. En esta noche resuena la voz de la Iglesia: «¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!» (Secuencia pascual).

Es otro “contagio”, que se transmite de corazón a corazón, porque todo corazón humano espera esta Buena Noticia. Es el contagio de la esperanza: «¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!». No se trata de una fórmula mágica que hace desaparecer los problemas. No, no es eso la resurrección de Cristo, sino la victoria del amor sobre la raíz del mal, una victoria que no “pasa por encima” del sufrimiento y la muerte, sino que los traspasa, abriendo un camino en el abismo, transformando el mal en bien, signo distintivo del poder de Dios.

El Resucitado no es otro que el Crucificado. Lleva en su cuerpo glorioso las llagas indelebles, heridas que se convierten en lumbreras de esperanza. A Él dirigimos nuestra mirada para que sane las heridas de la humanidad desolada.

Hoy pienso sobre todo en los que han sido afectados directamente por el coronavirus: los enfermos, los que han fallecido y las familias que lloran por la muerte de sus seres queridos, y que en algunos casos ni siquiera han podido darles el último adiós. Que el Señor de la vida acoja consigo en su reino a los difuntos, y dé consuelo y esperanza a quienes aún están atravesando la prueba, especialmente a los ancianos y a las personas que están solas. Que conceda su consolación y las gracias necesarias a quienes se encuentran en condiciones de particular vulnerabilidad, como también a quienes trabajan en los centros de salud, o viven en los cuarteles y en las cárceles. Para muchos es una Pascua de soledad, vivida en medio de los numerosos lutos y dificultades que está provocando la pandemia, desde los sufrimientos físicos hasta los problemas económicos.

Esta enfermedad no sólo nos está privando de los afectos, sino también de la posibilidad de recurrir en persona al consuelo que brota de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y la Reconciliación. En muchos países no ha sido posible acercarse a ellos, pero el Señor no nos dejó solos. Permaneciendo unidos en la oración, estamos seguros de que Él nos cubre con su mano(cf. Sal 138,5), repitiéndonos con fuerza: No temas, «he resucitado y aún estoy contigo» (Antífona de ingreso de la Misa del día de Pascua,Misal Romano).

Que Jesús, nuestra Pascua, conceda fortaleza y esperanza a los médicos y a los enfermeros, que en todas partes ofrecen un testimonio de cuidado y amor al prójimo hasta la extenuación de sus fuerzas y, no pocas veces, hasta el sacrificio de su propia salud. A ellos, como también a quienes trabajan asiduamente para garantizar los servicios esenciales necesarios para la convivencia civil, a las fuerzas del orden y a los militares, que en muchos países han contribuido a mitigar las dificultades y sufrimientos de la población, se dirige nuestro recuerdo afectuoso y nuestra gratitud.

En estas semanas, la vida de millones de personas cambió repentinamente. Para muchos, permanecer en casa ha sido una ocasión para reflexionar, para detener el frenético ritmo de vida, para estar con los seres queridos y disfrutar de su compañía. Pero también es para muchos un tiempo de preocupación por el futuro que se presenta incierto, por el trabajo que corre el riesgo de perderse y por las demás consecuencias que la crisis actual trae consigo. Animo a quienes tienen responsabilidades políticas a trabajar activamente en favor del bien común de los ciudadanos, proporcionando los medios e instrumentos necesarios para permitir que todos puedan tener una vida digna y favorecer, cuando las circunstancias lo permitan, la reanudación de las habituales actividades cotidianas.

Este no es el tiempo de la indiferencia, porque el mundo entero está sufriendo y tiene que estar unido para afrontar la pandemia. Que Jesús resucitado conceda esperanza a todos los pobres, a quienes viven en las periferias, a los prófugos y a los que no tienen un hogar. Que estos hermanos y hermanas más débiles, que habitan en las ciudades y periferias de cada rincón del mundo, no se sientan solos. Procuremos que no les falten los bienes de primera necesidad, más difíciles de conseguir ahora cuando muchos negocios están cerrados, como tampoco los medicamentos y, sobre todo, la posibilidad de una adecuada asistencia sanitaria. Considerando las circunstancias, se relajen además las sanciones internacionales de los países afectados, que les impiden ofrecer a los propios ciudadanos una ayuda adecuada, y se afronten —por parte de todos los Países— las grandes necesidades del momento, reduciendo, o incluso condonando, la deuda que pesa en los presupuestos de aquellos más pobres.

Este no es el tiempo del egoísmo, porque el desafío que enfrentamos nos une a todos y no hace acepción de personas. Entre las numerosas zonas afectadas por el coronavirus, pienso especialmente en Europa. Después de la Segunda Guerra Mundial, este continente pudo resurgir gracias a un auténtico espíritu de solidaridad que le permitió superar las rivalidades del pasado. Es muy urgente, sobre todo en las circunstancias actuales, que esas rivalidades no recobren fuerza, sino que todos se reconozcan parte de una única familia y se sostengan mutuamente. Hoy, la Unión Europea se encuentra frente a un desafío histórico, del que dependerá no sólo su futuro, sino el del mundo entero. Que no pierda la ocasión para demostrar, una vez más, la solidaridad, incluso recurriendo a soluciones innovadoras. Es la única alternativa al egoísmo de los intereses particulares y a la tentación de volver al pasado, con el riesgo de poner a dura prueba la convivencia pacífica y el desarrollo de las próximas generaciones.

Este no es tiempo de la división. Que Cristo, nuestra paz, ilumine a quienes tienen responsabilidades en los conflictos, para que tengan la valentía de adherir al llamamiento por un alto el fuego global e inmediato en todos los rincones del mundo. No es este el momento para seguir fabricando y vendiendo armas, gastando elevadas sumas de dinero que podrían usarse para cuidar personas y salvar vidas. Que sea en cambio el tiempo para poner fin a la larga guerra que ha ensangrentado a la amada Siria, al conflicto en Yemen y a las tensiones en Irak, como también en el Líbano. Que este sea el tiempo en el que los israelíes y los palestinos reanuden el diálogo, y que encuentren una solución estable y duradera que les permita a ambos vivir en paz. Que acaben los sufrimientos de la población que vive en las regiones orientales de Ucrania. Que se terminen los ataques terroristas perpetrados contra tantas personas inocentes en varios países de África.

Este no es tiempo del olvido. Que la crisis que estamos afrontando no nos haga dejar de lado a tantas otras situaciones de emergencia que llevan consigo el sufrimiento de muchas personas. Que el Señor de la vida se muestre cercano a las poblaciones de Asia y África que están atravesando graves crisis humanitarias, como en la Región de Cabo Delgado, en el norte de Mozambique. Que reconforte el corazón de tantas personas refugiadas y desplazadas a causa de guerras, sequías y carestías. Que proteja a los numerosos migrantes y refugiados —muchos de ellos son niños—, que viven en condiciones insoportables, especialmente en Libia y en la frontera entre Grecia y Turquía. Y no quiero olvidar de la isla de Lesbos. Que permita alcanzar soluciones prácticas e inmediatas en Venezuela, orientadas a facilitar la ayuda internacional a la población que sufre a causa de la grave coyuntura política, socioeconómica y sanitaria.

Queridos hermanos y hermanas:

Las palabras que realmente queremos escuchar en este tiempo no son indiferencia, egoísmo, división y olvido. ¡Queremos suprimirlas para siempre! Esas palabras pareciera que prevalecen cuando en nosotros triunfa el miedo y la muerte; es decir, cuando no dejamos que sea el Señor Jesús quien triunfe en nuestro corazón y en nuestra vida. Que Él, que ya venció la muerte abriéndonos el camino de la salvación eterna, disipe las tinieblas de nuestra pobre humanidad y nos introduzca en su día glorioso que no conoce ocaso.

Con estas reflexiones, os deseo a todos una feliz Pascua.

 

Extraido de ww.vatican.va