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Día 8. Semana de oración por la unidad de los cristianos: «Reconciliarse con toda la creación»

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Día 8: Reconciliarse con toda la creación

“Para que participéis en mi alegría
y vuestra alegría sea completa”

(Juan 15, 11)

 

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Colosenses 1, 15-20 En él todas las cosas se mantienen unidas

Cristo es la imagen del Dios invisible, el primogénito de todo lo creado. Dios ha creado en él todas las cosas: todo lo que existe en el cielo y en la tierra, lo visible y lo invisible, sean tronos, dominaciones, principados o potestades, todo lo ha creado Dios por Cristo y para Cristo. Cristo existía antes que hubiera cosa alguna, y todo tiene en él su consistencia. Él es también la cabeza del cuerpo que es la Iglesia; en él comienza todo; él es el primogénito de los que han de resucitar, teniendo así la primacía de todas las cosas. Dios, en efecto, tuvo a bien hacer habitar en Cristo la plenitud y por medio de él reconciliar consigo todos los seres: los que están en la tierra y los que están en el cielo, realizando así la paz mediante la muerte de Cristo en la cruz.

 

Marcos 4, 30-32      Tan pequeño como una semilla de mostaza

También dijo: “¿A qué compararemos el reino de Dios? ¿Con qué parábola lo representaremos? Es como el grano de mostaza, que, cuando se siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra; pero una vez sembrado, crece más que todas las otras plantas y echa ramas tan grandes que a su sombra anidan los pájaros”.

 

Meditación

El himno a Cristo en la Epístola a los Colosenses nos invita a cantar la alabanza de la salvación de Dios, que abarca todo el universo. A través de Cristo crucificado y resucitado, se ha abierto un camino de reconciliación; la creación también está destinada a un futuro de vida y de paz.

Con los ojos de la fe, vemos que el reino de Dios es una realidad muy cercana pero también muy pequeña, apenas visible, como una semilla de mostaza. Sin embargo, está creciendo. Incluso en la angustia de nuestro mundo, el Espíritu del Resucitado está trabajando. Nos alienta a involucrarnos, con todas las personas de buena voluntad, en la búsqueda incansable de la justicia y la paz, y a asegurarnos de que la tierra vuelva a ser un hogar para todas las criaturas.

Participamos en la obra del Espíritu: que la creación en toda su plenitud pueda continuar alabando a Dios. Cuando la naturaleza sufre, cuando los seres humanos son aplastados, el Espíritu del Cristo resucitado no permite que nos descorazonemos, sino que nos invita a tomar parte en la obra de la salvación.

La novedad de la vida que trae Cristo, por oculta que sea, es una luz de esperanza para muchos. Es una fuente de reconciliación para toda la creación y contiene un gozo que nos trasciende: “para que mi gozo pueda estar en ti, y que tu gozo sea completo” (Juan 15,11).

¿Te gustaría celebrar la novedad que la vida de Cristo te ofrece a través del Espíritu Santo y dejar que viva en ti, y entre nosotros, y en la Iglesia, y en el mundo y en toda la creación?

Segunda promesa hecha durante la profesión en la Comunidad de Grandchamp

 

Oración

Trinidad Santa, te damos las gracias por habernos creado y amado.

Te agradecemos tu presencia en nosotros y en la creación.

Haz que podamos aprender a mirar el mundo como tú lo miras, con amor.

Con la esperanza de esta visión, haz que podamos trabajar por un mundo donde florezca la justicia y la paz, por la gloria de tu nombre.

 

 

Fuente: Conferencia Episcopal Española

Día 7. Semana de oración por la unidad de los cristianos: «Crecer en unidad»

 

Día 7: Crecer en unidad

«Yo soy la vid; vosotros, los sarmientos»

(Juan 15, 5a)

 

1 Corintios 1, 10-13; 3, 21-23. ¿Está dividido Cristo?

Pero tengo algo que pediros, hermanos, y lo hago en nombre de nuestro Señor Jesucristo: que haya concordia entre vosotros. Desterrad cuanto signifique división y recuperad la armonía pensando y sintiendo lo mismo. Digo esto, hermanos míos, porque los de Cloe me han informado de que hay divisiones entre vosotros. Me refiero a eso que anda diciendo cada uno de vosotros: «Yo pertenezco a Pablo», «yo a Apolo», «yo a Pedro», «yo a Cristo». Pero bueno, ¿es que Cristo está dividido? ¿Ha sido crucificado Pablo por vosotros o habéis sido bautizados en su nombre?

Que nadie, pues, ande presumiendo de los que no pasan de ser seres humanos. Todo os pertenece: Pablo, Apolo, Pedro, el mundo, la vida, la muerte, lo presente y lo futuro; todo es vuestro. Pero vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios.

 

Jn 17, 20-23. Como tú y yo somos uno

Y no te ruego solo por ellos; te ruego también por todos los que han de creer en mí por medio de su mensaje. Te pido que todos vivan unidos. Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros. De este modo el mundo creerá que tú me has enviado. Yo les he comunicado la gloria con que tú me has glorificado, de manera que sean uno, como lo somos nosotros. Como tú vives en mí, vivo yo en ellos para que alcancen la unión perfecta y así el mundo reconozca que tú me has enviado y que los amas a ellos como me amas a mí.

 

Meditación

En la víspera de su muerte, Jesús oró por la unidad de aquellos que el Padre le había entregado: «para que todos sean uno (…); para que el mundo crea». Unidos a él, como el sarmiento a la vid, compartimos su misma savia que circula en nosotros y nos revitaliza.

Cada tradición busca llevarnos al corazón de nuestra fe: la comunión con Dios, a través de Cristo, en el Espíritu. Cuanto más vivimos esta comunión, más nos unimos con otros cristianos y con toda la humanidad. Pablo denuncia una actitud que ya había amenazado la unidad de los primeros cristianos: absolutizar la propia tradición en detrimento de la unidad del cuerpo de Cristo. Las diferencias se convierten entonces en divisiones en lugar de enriquecernos mutuamente. Pablo tuvo una visión muy amplia: «Todos son tuyos, y tú eres de Cristo, y Cristo es de Dios» (1 Cor 3, 22-23).

La voluntad de Cristo nos compromete con un camino de unidad y reconciliación. También nos compromete a unir nuestra oración a la suya: «que todos sean uno (…); para que el mundo crea» (Jn 17, 21).

Nunca os resignéis al escándalo de la separación de los cristianos que con tanta facilidad profesan el amor al prójimo y, sin embargo, permanecen divididos. Haz de la unidad del cuerpo de Cristo tu incansable preocupación.

La regla de Taizé en francés e inglés (2012) p. 13

 

Oración

Espíritu Santo, fuego vivificador y aliento suave, ven y permanece en nosotros.

Renueva en nosotros la pasión por la unidad,

para que podamos vivir conscientes del vínculo que nos une a ti.

Que todos los que nos hemos entregado a Cristo en el bautismo nos unamos y demos testimonio de la esperanza que nos sostiene.

 

Fuente: Conferencia Episcopal Española

Día 6. Semana de oración por la unidad de los cristianos: «Acoger a los demás»

 

Día 6: Acoger a los demás

«Poneos en camino y dad fruto abundante y duradero»

(Cf. Juan 15, 16b)

 

Génesis 18, 1-5. Abrahán recibe a los ángeles en el Roble de Mambré

Apretaba el calor y estaba Abrahán sentado a la entrada de su tienda, cuando se le apareció el Señor en el encinar de Mambré. Al alzar la vista vio a tres hombres de pie frente a él. Apenas los vio, corrió a su encuentro desde la entrada de la tienda y, postrándose en tierra, dijo: «Señor mío, será para mí un honor que aceptes la hospitalidad que este siervo tuyo te ofrece. Que os traigan un poco de agua para lavar vuestros pies, y luego podréis descansar bajo el árbol. Ya que me habéis honrado con vuestra visita, permitidme que vaya a buscar algo de comer para que repongáis fuerzas antes de seguir vuestro camino». Ellos respondieron: «Bien, haz lo que dices».

Marcos 6, 30-44. La compasión de Jesús por las multitudes

Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le comunicaron todo lo que habían hecho y enseñado. Jesús les dijo: «Venid aparte conmigo. Vamos a descansar un poco en algún lugar solitario». Porque eran tantos los que iban y venían que no les quedaba ni tiempo para comer. Así que subieron a una barca y se dirigieron, ellos solos, a un lugar apartado. Muchos vieron alejarse a Jesús y a los apóstoles y, al advertirlo, vinieron corriendo a pie por la orilla, procedentes de todos aquellos pueblos, y se les adelantaron. Al desembarcar Jesús y ver a toda aquella gente, se compadeció de ellos porque parecían ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas. Como se iba haciendo tarde, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: «Se está haciendo tarde y este es un lugar despoblado. Despídelos para que vayan a los caseríos y aldeas de alrededor a comprarse algo para comer». Jesús les contestó: «Dadles de comer vosotros mismos». Ellos replicaron: «¿Cómo vamos a comprar nosotros la cantidad de pan que se necesita para darles de comer?». Jesús les dijo: «Mirad a ver cuántos panes tenéis». Después de comprobarlo, le dijeron: «Cinco panes y dos peces». Jesús mandó que todos se recostaran por grupos sobre la hierba verde. Y formaron grupos de cien y de cincuenta. Luego él tomó los cinco panes y los dos peces y, mirando al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los fue dando a sus discípulos para que ellos los distribuyeran entre la gente. Lo mismo hizo con los peces. Todos comieron hasta quedar satisfechos; aun así se recogieron doce cestos llenos de trozos sobrantes de pan y de pescado. Los que comieron de aquellos panes fueron cinco mil hombres.

 

Meditación

Cuando nos dejamos transformar por Cristo, su amor crece y da fruto en nosotros. Acoger al otro es una forma concreta de compartir el amor que está dentro de nosotros.

A lo largo de su vida, Jesús acogió a todos los que encontró. Los escuchó y se dejó tocar por ellos sin tener miedo de su sufrimiento.

En el relato de la multiplicación de los panes, Jesús se conmueve y siente compasión después de ver a la multitud hambrienta. Él sabe que toda la humanidad necesita ser alimentada, y que solo él puede satisfacer realmente el hambre de pan y la sed de vida.

Pero no desea hacer esto sin sus discípulos, sin contar con ese poco que ellos podían ofrecer: cinco panes y dos peces.

Incluso hoy nos llama a ser colaboradores suyos en su incondicional preocupación por los demás. A veces, algo tan pequeño como una mirada amable, un oído atento o nuestra presencia es suficiente para que una persona se sienta acogida. Cuando le ofrecemos nuestras pobres habilidades a Jesús, él las usa de una manera sorprendente.

Entonces experimentamos lo que hizo Abrahán, porque es dando que recibimos, y cuando acogemos a los demás, somos bendecidos en abundancia.

 

Es Cristo mismo a quien recibimos como invitado.

La regla de Taizé en francés e inglés (2012) p. 103

¿Encontrarán en nosotros las personas que acogemos cada día a hombres y mujeres radiantes con Cristo, nuestra paz?

Las fuentes de Taizé (2000) p. 60

 

Oración

Jesucristo, deseamos acoger a los hermanos y hermanas que están con nosotros.

Sabes que frecuentemente nos sentimos impotentes ante su sufrimiento, sin embargo, tú siempre te adelantas y los acoges con compasión.

Háblales a través de nuestras palabras, apóyalos a través de nuestros actos, 

y deja que tu bendición descanse sobre todos nosotros.

 

Fuente: Conferencia Episcopal Española

Día 5. Semana de oración por la unidad de los cristianos: «Dejarse trasformar por la Palabra»

 

Día 5: Dejarse trasformar por la Palabra

«Vosotros ya estáis limpios por la palabra…»

(Cf. Juan 15, 3)

 

Deuteronomio 30, 11-20. La palabra de Dios está muy cerca de ti

Este mandamiento que yo te prescribo hoy no es superior a tus fuerzas ni está fuera de tu alcance. No está en el cielo, para que preguntes: «¿Quién puede subir al cielo por nosotros para que nos lo traiga, nos lo dé a conocer y lo pongamos en práctica?». Tampoco está más allá de los mares, para que preguntes: «¿Quién cruzará por nosotros hasta el otro lado de los mares, para que nos lo traiga, nos lo dé a conocer y lo pongamos en práctica?». La palabra está muy cerca de ti, la tienes en tu boca y en tu corazón, para que puedas cumplirla. Hoy te propongo que escojas entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal. Si cumples los mandamientos del Señor tu Dios, que yo te prescribo hoy, amando al Señor tu Dios, siguiendo sus caminos y poniendo en práctica sus estatutos, normas y preceptos, vivirás, crecerás y te bendecirá en la tierra que vas a entrar para tomar posesión de ella. Pero si tu corazón se rebela y no obedeces, si te dejas seducir y te postras ante otros dioses y les rindes culto, te anuncio hoy que serás destruido sin remedio, y no vivirás mucho tiempo en la tierra a la que vas a entrar para tomar posesión de ella después de cruzar el Jordán.

Pongo hoy como testigos contra vosotros al cielo y a la tierra: te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición. Elige la vida y viviréis tú y tu descendencia. Ama al Señor tu Dios, obedécele y sé fiel a él; en ello te va la vida, y el Señor te concederá muchos años de vida para habitar en la tierra que él te había prometido según juró a tus antepasados, a Abrahán, Isaac y Jacob.

Mateo 5, 1-12. Bienaventurado

Cuando Jesús vio todo aquel gentío, subió al monte y se sentó. Se le acercaron sus discípulos, y él se puso a enseñarles, diciendo: «Felices los de espíritu sencillo, porque suyo es el reino de los cielos. Felices los que están tristes, porque Dios mismo los consolará. Felices los humildes, porque Dios les dará en herencia la tierra. Felices los que desean de todo corazón que se cumpla la voluntad de Dios, porque Dios atenderá su deseo. Felices los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos. Felices los que tienen limpia la conciencia, porque ellos verán a Dios. Felices los que trabajan en favor de la paz, porque Dios los llamará hijos suyos. Felices los que sufren persecución por cumplir la voluntad de Dios, porque suyo es el reino de los cielos. Felices vosotros cuando os insulten y os persigan, y cuando digan falsamente de vosotros toda clase de infamias por ser mis discípulos. ¡Alegraos y estad contentos, porque en el cielo tenéis una gran recompensa! ¡Así también fueron perseguidos los profetas que vivieron antes que vosotros!».

Meditación

La Palabra de Dios está muy cerca de nosotros. Es una bendición y una promesa de felicidad. Si abrimos nuestros corazones, Dios nos habla y pacientemente transforma lo que se está muriendo en nosotros. Elimina lo que impide el crecimiento de la vida real, así como el viñador poda la vid.

Meditar regularmente un texto bíblico, solo o en grupo, cambia nuestra perspectiva. Muchos cristianos rezan las Bienaventuranzas todos los días. Las Bienaventuranzas nos revelan una felicidad que está oculta en aquello que aún no se ha cumplido, una felicidad que permanece a pesar del sufrimiento: bienaventurados aquellos que, tocados por el Espíritu, ya no retienen sus lágrimas, sino que las dejan fluir y así reciben consuelo. A medida que descubren la fuente oculta dentro de su paisaje interior, crece en ellos el hambre de justicia y la sed de comprometerse con otros por un mundo de paz.

Estamos llamados constantemente a renovar nuestro compromiso con la vida a través de nuestros pensamientos y acciones. Hay momentos en los que ya disfrutamos, aquí y ahora, de la bendición que se cumplirá al final de los tiempos.

Ora y trabaja para que Dios reine. Que durante toda la jornada la Palabra de Dios vivifique tu trabajo y tu descansoMantén en todo el silencio interior para que puedas habitar en Cristo. Deja que el espíritu de las Bienaventuranzas colme tu vida: alegría, sencillez, misericordia.

Estas palabras son recitadas diariamente por la Comunidad de las Hermanas de Grandchamp

Oración

Bendito seas, Dios Padre nuestro, por el don de tu palabra en la Sagrada Escritura.

Bendito seas por su poder transformador.

Ayúdanos a elegir la vida y guíanos con tu Espíritu,

para que podamos experimentar la felicidad que tanto deseas compartir con nosotros.

 

 

Fuente: Conferencia Episcopal Española

Día 4. Semana de oración por la unidad de los cristianos: «Orar unidos»

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Día 4: Orar unidos

«Ya no os llamaré siervos… A vosotros os llamo amigos»

(Juan 15, 15)

 

 

 

Romanos 8, 26-27. El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad

Asimismo, a pesar de que somos débiles, el Espíritu viene en nuestra ayuda; aunque no sabemos lo que nos conviene pedir, el Espíritu intercede por nosotros de manera misteriosa.

Y Dios, que sondea lo más profundo del ser, conoce cuál es el sentir de ese Espíritu que intercede por los creyentes de acuerdo con su divina voluntad.

Lucas 11, 1-4. Señor, enséñanos a orar

Una vez estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando terminó de orar, uno de los discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, al igual que Juan enseñaba a sus discípulos». Jesús les dijo: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Danos cada día el pan que necesitamos. Perdónanos nuestros pecados, como también nosotros perdonamos a quienes nos hacen mal. Y no permitas que nos apartemos de ti».

Meditación

Dios ansía relacionarse con nosotros. Nos busca como buscaba a Adán, llamándolo en el jardín: «¿Dónde estás?» (Gén 3, 9)

En Cristo, Dios vino a nuestro encuentro. Jesús vivió en oración, íntimamente unido a su Padre, mientras establecía relaciones de amistad con sus discípulos y con todos lo que encontraba. Les dio a conocer lo que era más preciado para él: la relación de amor con su Padre, que es también nuestro Padre. Jesús y los discípulos, arraigados en la riqueza de su tradición judía, cantaron salmos juntos. En otras ocasiones, Jesús se retiraba para orar en soledad.

La oración puede ser individual o compartida con otros. Puede expresar asombro, queja, intercesión, acción de gracias o simple silencio. A veces el deseo de rezar está ahí, pero se tiene la sensación de no poder hacerlo. Dirigirse a Jesús y decirle «enséñame» puede allanar el camino. Nuestro mismo deseo, es ya oración.

Reunirse en un grupo nos ofrece apoyo. A través de himnos, palabras y silencio, se crea comunión. Si rezamos con cristianos de otras tradiciones, nos sorprenderá sentirnos unidos por un vínculo de amistad que proviene de aquel que está más allá de toda división. Las formas pueden variar, pero es el mismo Espíritu quien nos une.

En lo cotidiano de nuestra oración común, el amor de Jesús brota dentro de nosotros, no sabemos cómo. La oración común no nos exime de la oración personal. La una sostiene a la otra. Dediquemos un tiempo cada día para renovar nuestra intimidad personal con Jesucristo.

La regla de Taizé en francés e inglés (Sociedad para la Promoción del Conocimiento Cristiano, Gran Bretaña), pp. 19 y 21

Oración

Señor Jesús, toda tu vida fue oración, perfecta armonía con el Padre.

A través de tu Espíritu, enséñanos a orar según tu voluntad de amor.

Que los fieles del mundo entero se unan en intercesión y alabanza y que venga tu reino de amor.

 

Fuente: Conferencia Episcopal Española

Día 3. Semana de oración por la unidad de los cristianos: «Formar un solo cuerpo»

 

Día 3: Formar un solo cuerpo

 

«Amaos los unos a los otros como yo os he amado»

(Juan 15, 12b)

 

Colosenses 3, 12-17. Vístete de compasión

Sois elegidos de Dios; él os ha consagrado y os ha otorgado su amor. Sed, pues, profundamente compasivos, benignos, humildes, pacientes y comprensivos. Soportaos mutuamente y, así como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros, cuando alguno tenga quejas contra otro. Y, por encima de todo, practicad el amor que todo lo vuelve perfecto. Que la paz de Cristo reine en vuestras vidas; a ella os ha llamado Dios para formar un solo cuerpo. Y sed agradecidos. Que el mensaje de Cristo os llene con toda su riqueza y sabiduría para que seáis maestros y consejeros los unos de los otros, cantando a Dios salmos, himnos y canciones inspiradas con un corazón profundamente agradecido. En fin, cuanto hagáis o digáis, hacedlo todo en nombre de Jesús, el Señor, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

Juan 13, 1-15; 34-35. Amaos los unos a los otros

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que le había llegado la hora de dejar este mundo para ir al Padre y habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, llevó su amor hasta el fin.

Se habían puesto a cenar y el diablo había metido ya en la cabeza de Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea de traicionar a Jesús. Con plena conciencia de haber venido de Dios y de que ahora volvía a él, y perfecto conocedor de la plena autoridad que el Padre le había dado, Jesús interrumpió la cena, se quitó el manto, tomó una toalla y se la ciñó a la cintura. Después echó agua en una palangana y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba a la cintura. Cuando le llegó la vez a Simón Pedro, este le dijo: «Señor, ¿vas a lavarme los pies tú a mí?». Jesús le contestó: «Lo que estoy haciendo, no puedes comprenderlo ahora; llegará el tiempo en que lo entiendas». Pedro insistió: «Jamás permitiré que me laves los pies». Jesús le respondió: «Si no me dejas que te lave, no podrás seguir contándote entre los míos». Le dijo entonces Simón Pedro: «Señor, no solo los pies; lávame también las manos y la cabeza». Pero Jesús le replicó: «El que se ha bañado y está completamente limpio, solo necesita lavarse los pies. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos». Jesús sabía muy bien quién iba a traicionarlo; por eso añadió: «No todos estáis limpios». Una vez que terminó de lavarles los pies, se puso de nuevo el manto, volvió a sentarse a la mesa y les preguntó: «¿Comprendéis lo que acabo de hacer con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y tenéis razón, porque efectivamente lo soy. Pues bien, si yo, vuestro Maestro y Señor, os he lavado los pies, lo mismo debéis hacer vosotros unos con otros. Os he dado ejemplo para que os portéis como yo me he portado con vosotros.

Os doy un mandamiento nuevo: Amaos unos a otros; como yo os he amado, así también amaos los unos a los otros. Vuestro amor mutuo será el distintivo por el que todo el mundo os reconocerá como discípulos míos».

Meditación

En la víspera de su muerte, Jesús se arrodilló para lavar los pies de sus discípulos. Sabía la dificultad de vivir juntos y la importancia del perdón y del servicio mutuo. «A menos que te lave», le dijo a Pedro, «no tienes nada que compartir conmigo».

Pedro aceptó que Jesús se pusiera a sus pies; fue lavado y tocado por la humildad y ternura de Cristo. Más tarde seguiría el ejemplo de Jesús y serviría a la comunidad de los fieles de la Iglesia primitiva.

Jesús desea que la vida y el amor fluyan a través de nosotros como la savia a través de la vid, para que las comunidades cristianas sean un solo cuerpo. Pero tanto hoy, como en el pasado, no es fácil vivir juntos. A menudo nos enfrentamos a nuestras propias limitaciones. A veces no amamos lo suficiente a quienes están cerca de nosotros en la comunidad, la parroquia o la familia. Hay momentos en los que nuestras relaciones se rompen por completo.

Cristo nos llama a revestirnos de compasión, y nos ofrece siempre nuevas oportunidades de comenzar. Tomar conciencia de que somos amados por Dios nos mueve a aceptarnos mutuamente con nuestras virtudes y defectos. Es entonces cuando reconocemos la presencia de Cristo en medio de nuestras vidas.

Desde tu pequeñez, ¿eres artífice de reconciliación en la comunión del amor, que es el Cuerpo de Cristo, su Iglesia? ¡Alégrate! Estás sostenido por la comunidad. Ya no estás solo, en todas las cosas avanzas junto con tus hermanos y hermanas. Con ellos, estás llamado a vivir la parábola de la comunidad.

Las fuentes de Taizé (2000), pp. 48-49

Oración

Dios, Padre nuestro, Tú nos revelas tu amor en Cristo y en nuestros hermanos y hermanas.

Abre nuestros corazones para que podamos aceptarnos con nuestras diferencias y vivir reconciliados.

Concédenos vivir unidos en un solo cuerpo, para que se manifieste el regalo de nuestra propia persona.

Que juntos seamos un reflejo de Cristo vivo.

 

Fuente: Conferencia Episcopal Española

Día 2. Semana de oración por la unidad de los cristianos: «Madurar internamente»

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Día 2:  Madurar internamente

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“Permaneced unidos a mí, como yo lo estoy a vosotros”

(Juan 15, 4a)

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Efesios 3, 14-21  Que Cristo habite en nuestros corazones.

Por todo lo cual me pongo de rodillas ante el Padre, origen de toda paternidad tanto en el cielo como en la tierra, y le pido que, conforme a la riqueza de su gloria, su Espíritu os llene de fuerza y energía hasta lo más íntimo de vuestro ser. Que Cristo habite, por medio de la fe, en el centro de vuestra vida y que el amor os sirva de cimiento y de raíz. Seréis así capaces de entender, en unión con todos los creyentes, cuán largo y ancho, cuán alto y profundo es el amor de Cristo; un amor que desborda toda ciencia humana y os colma de la plenitud misma de Dios. A Dios que, desplegando su poder sobre nosotros, es capaz de realizar todas las cosas incomparablemente mejor de cuanto pensamos o pedimos, a él la gloria en Cristo y en la Iglesia, de edad en edad y por generaciones sin término. Amén.

Lucas 2, 41-52   María guardaba todas estas cosas en su corazón

Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén, a celebrar la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron juntos a la fiesta, como tenían por costumbre. Una vez terminada la fiesta, emprendieron el regreso. Pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres lo advirtieran.

Pensando que iría mezclado entre la caravana, hicieron una jornada de camino y al término de ella comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Y como no lo encontraron, regresaron a Jerusalén para seguir buscándolo allí. Por fin, al cabo de tres días, lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Cuantos lo oían estaban asombrados de su inteligencia y de sus respuestas. Sus padres se quedaron atónitos al verlo; y su madre le dijo: – Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo hemos estado muy angustiados buscándote. Jesús les contestó: – ¿Y por qué me buscabais? ¿No sabéis que debo ocuparme de los asuntos de mi Padre? Pero ellos no comprendieron lo que les decía. Después el niño regresó a Nazaret con sus padres y siguió sujeto a ellos. En cuanto a su madre, guardaba todas estas cosas en lo íntimo de su corazón. Y Jesús crecía, y con la edad aumentaban su sabiduría y el favor de que gozaba ante Dios y la gente.

Meditación

El encuentro con Jesús da lugar al deseo de estar en Él y permanecer en Él: es el tiempo en el que el fruto madura.

Siendo como nosotros, plenamente humano, Jesús creció y maduró. Vivió una vida simple, arraigada en las prácticas de su fe judía. En esta vida oculta en Nazaret, donde aparentemente no sucede nada extraordinario, era el Padre quien lo alimentaba.

María contempló las acciones de Dios en su vida y en la de su hijo. Ella atesoraba todas estas cosas en su corazón. Así, poco a poco, ella abrazó el misterio de Jesús.

También nosotros necesitamos un largo período de maduración, toda una vida, para sumergirnos en la profundidad del amor de Cristo, para dejar que él permanezca en nosotros y para que nosotros podamos permanecer en él. Sin que sepamos cómo, el Espíritu hace que Cristo habite en nuestros corazones. Y es a través de la oración, de la escucha de la Palabra, del compartir con otros y poner en práctica lo que hemos entendido, cómo nuestra interioridad se fortalece.

Si dejamos que Cristo descienda a las profundidades de nuestro ser… Él penetrará en la mente y en el corazón, alcanzará nuestra carne hasta nuestro ser más íntimo, hasta que nosotros experimentemos algún día las profundidades de la misericordia.

Las fuentes de Taizé (2000) p.134

Oración

Espíritu Santo,

haz que recibamos en nuestros corazones la presencia de Cristo,

y apreciarlo como un secreto de amor.

Alimenta nuestra oración,

ilumina nuestra lectura de las Escrituras,

actúa a través de nosotros

para que los frutos de tus dones

puedan pacientemente crecer en nosotros.

 

Fuente: Conferencia Episcopal Española

Día 1. Semana de oración por la unidad de los cristianos: «Llamados por Dios»

Hoy lunes 18 de enero comienza la celebración en la Iglesia de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos (del 18 al 25 de enero de 2021). Dentro de los materiales que preparan conjuntamente el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y la Comisión Fe y Constitución del Consejo Mundial de Iglesias, nos proponen un octavario compuesto de 8 meditaciones con textos bíblicos y oraciones diarias, para los ocho días de la semana de oración.

Para cada uno se sugiere además un tema de reflexión acompañado de una cita bíblica:

  • Día 1: Llamados por Dios: “No me elegisteis vosotros a mí, fui yo quien os elegí a vosotros” (Juan 15, 16a).
  • Día 2: Madurar internamente: “Permaneced unidos a mí, como yo lo estoy a vosotros” (Juan 15, 4a).
  • Día 3: Formar un solo cuerpo: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Juan 15, 12b).
  • Día 4: Orar juntos: “Ya no os llamaré siervos… A vosotros os llamo amigos” (Juan 15, 15).
  • Día 5: Dejarse trasformar por la Palabra: “Vosotros ya estáis limpios por la palabra…” (cf. Juan 15, 3).
  • Día 6: Acoger a los demás: “Poneos en camino y dad fruto abundante y duradero” (cf. Juan 15, 16b).
  • Día 7: Crecer en unidad: “Yo soy la vid; vosotros, los sarmientos” (Juan 15, 5a).
  • Día 8: Reconciliarse con toda la creación: “Para que participéis en mi alegría y vuestra alegría sea completa” (Juan 15, 11).

 


Día 1:  Llamados por Dios

 

«No me elegisteis vosotros a mí, fui yo quien os elegí a vosotros» 
(Juan 15, 16a)

 

Génesis 12, 1-4. La llamada de Abrahán

El Señor dijo a Abrahán: «Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y dirígete a la tierra que yo te mostraré. Te convertiré en una gran nación, te bendeciré y haré famoso tu nombre, y servirás de bendición para otros. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan. ¡En ti serán benditas todas las familias de la tierra!». Abrahán partió, como le había ordenado el Señor, y con él marchó también Lot. Tenía Abrahán setenta y cinco años cuando salió de Jarán.

Juan 1, 35-51. La llamada de los primeros discípulos

Al día siguiente, de nuevo estaba Juan con dos de sus discípulos y, al ver a Jesús que pasaba por allí, dijo: «Ahí tenéis al Cordero de Dios». Los dos discípulos, que se lo oyeron decir, fueron en pos de Jesús, quien al ver que lo seguían, les preguntó: «¿Qué buscáis?». Ellos contestaron: «Rabí (que significa “Maestro”), ¿dónde vives?». Él les respondió: «Venid a verlo». Se fueron, pues, con él, vieron dónde vivía y pasaron con él el resto de aquel día. Eran como las cuatro de la tarde. Uno de los dos que habían escuchado a Juan y habían seguido a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Lo primero que hizo Andrés fue ir en busca de su hermano Simón para decirle: «Hemos hallado al Mesías (palabra que quiere decir Cristo)». Y se lo presentó a Jesús, quien, fijando en él la mirada, le dijo: «Tú eres Simón, hijo de Juan; en adelante te llamarás Cefas (es decir, Pedro)».

Al día siguiente, Jesús decidió partir para Galilea. Encontró a Felipe y le dijo: «Sígueme». Felipe, que era de Betsaida, el pueblo de Andrés y Pedro, se encontró con Natanael y le dijo: «Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en el Libro de la Ley y del que hablaron también los profetas: Jesús, hijo de José y natural de Nazaret”. Natanael exclamó: «¿Es que puede salir algo bueno de Nazaret?”. Felipe le contestó: «Ven y verás». Al ver Jesús que Natanael venía a su encuentro, comentó: «Ahí tenéis a un verdadero israelita en quien no cabe falsedad». Natanael le preguntó: «¿De qué me conoces?». Jesús respondió: «Antes que Felipe te llamara, ya te había visto yo cuando estabas debajo de la higuera». Natanael exclamó: «Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel». Jesús le dijo: «¿Te basta para creer el haberte dicho que te vi debajo de la higuera? ¡Cosas mucho más grandes has de ver!». Y añadió: «Os aseguro que veréis cómo se abren los cielos y los ángeles de Dios suben y bajan sobre el Hijo del hombre».

Meditación

El comienzo de este itinerario es un encuentro entre el ser humano y Dios, entre la criatura y el Creador, entre el tiempo y la eternidad.

Abrahán escuchó la llamada: «Ve a la tierra que te mostraré». Al igual que  Abrahán, estamos llamados a dejar lo que nos es familiar e ir al lugar que Dios nos ha preparado en lo más profundo de nuestro corazón. En el camino, nos transformamos más y más en nosotros mismos, en las personas que Dios ha deseado que seamos desde el principio. Y al seguir la llamada que Dios nos hace nos convertimos en una bendición para nuestros seres queridos, para aquellos que están a nuestro lado y para nuestro mundo.

El amor de Dios nos busca. Dios se hizo humano en Jesús, en quien encontramos la mirada de Dios. En nuestras vidas, como en el Evangelio de Juan, la llamada de Dios se escucha de diferentes formas. Acariciados por su amor nos ponemos en marcha. Y este encuentro nos lleva por sendas de transformación, en las que avanzamos bajo el resplandor de ese comienzo de amor que siempre se renueva.

Un día llegaste a comprender que, sin darte cuenta de ello, ya estaba inscrito en lo más profundo de tu ser un “sí” al Señor. Y fue así como te decidiste a seguir los pasos de Cristo… En el silencio de la presencia del Señor, escuchaste: «Ven, sígueme; te daré un lugar para el descanso de tu corazón».

Las fuentes de Taizé (2000) p. 52.

Oración

Jesucristo, tú nos buscas, deseas ofrecernos tu amistad y llevarnos a una vida cada vez más plena. Danos la confianza para responder a tu llamada, para que nos dejemos transformar y nos convirtamos en testigos de tu ternura para el mundo.

 

Fuente: Conferencia Episcopal Española