- Tras dos años como auxiliar en Santiago, D. Francisco José Prieto asumirá los mandos de la archidiócesis gallega con el reto de hacer frente a la edad avanzada del clero y la indiferencia de los jóvenes.
Cuando fue nombrado auxiliar de Santiago dijo en estas páginas que lo primero que hizo tras recibir la noticia fue ir a la capilla del Obispado de Orense, donde estaba. ¿Qué hizo en esta ocasión?
—Me encontraba en el coche, llegando a Orense para visitar a mi familia. Era domingo por la noche. Recibí un mensaje de Nunciatura en el que me anunciaban que querían hablar conmigo. Aparqué y los atendí justo antes de subir a casa. Cuando me lo dijeron me quedé mudo, en un silencio entre sorprendido y abrumado. Fue un contexto muy cotidiano.
Comienza esta misión con dos años de bagaje en la archidiócesis.
—Han sido dos años intensos. Es una diócesis muy diversa. Tiene tres ciudades —La Coruña, Santiago y Pontevedra—, cada una con sus peculiaridades; una costa enorme, que mira en el norte a Ferrol y en el sur a Vigo y, en medio, el mundo rural. Es extensa y rica en su geografía humana, social y religiosa. En este tiempo he procurado acercarme a las parroquias, conocerlas y empaparme. Será una ayuda importante, aunque tan poco tiempo, y con un doble año santo, solo me ha permitido conocer el trazo grueso. Ahora toca el hilo fino de la vida de los sacerdotes, parroquias y todos los desafíos pastorales.
¿Cuáles son esos desafíos?
—Tenemos una edad media del clero muy alta y muchas parroquias. Hay que repensar la presencia pastoral en el territorio. La parroquia será imprescindible, pero no llega a la vida de toda nuestra gente. Pueden ser unidades pastorales, parroquiales… Dejemos atrás modelos que no responden a la realidad y trabajemos para ser significativos a través de la integración de parroquias, donde haya un trabajo compartido, catequesis y Cáritas interparroquiales, celebraciones dominicales en dos o tres lugares de referencia, bien celebradas y en las que el sacerdote no tenga que ir corriendo de aquí para allá, haciendo maratones.
Mejoraría la vida de los sacerdotes.
—Hay sacerdotes de edad avanzada, con una vida más frágil, pero hay otros más jóvenes con una gran carga de trabajo que pueden acabar quemándose tanto humana como espiritualmente.
¿Habrá que renunciar a la parroquia propia o a contar un sacerdote en exclusiva para ella?
—No se debería usar el posesivo en clave eclesial. Santiago tiene ese reto. Es una diócesis secular, de una gran vida y vitalidad, pero requiere que nos preguntemos sobre ella con realismo para dar una respuesta con realismo.
Hablaba antes de ser significativos. ¿Cómo se logra en una sociedad como la actual?
—En las generaciones más jóvenes predomina la indiferencia y el distanciamiento. No veo una actitud contraria. No les dice nada lo que proponemos.
Aquí hay que hacer un ejercicio importante: escuchar. Porque si no escuchamos, respondemos a preguntas que nadie nos hace. Hay que escuchar al hombre, a la mujer, al joven y al niño, saber integrar sus preocupaciones y no dar respuestas hechas. No podemos recetar genéricos ni fórmulas manidas. Se trata de recuperar la frescura del Evangelio y ofrecerla, decir que a ti Dios te ama y te abraza en un proyecto que quiere comprometer tu vida y planificarla. Dios no es una mochila que llevar sobre los hombros, sino un compañero de camino. Hay hombres y mujeres con crisis profundas de sentido y tendríamos que aparecer ahí, no como un respuesta hecha, ritual y mágica, como una inteligencia artificial que todo lo responde, sino desde la cercanía a cada uno en su circunstancia. Como escuché a un pastoralista, estamos llamados a ser resto, como levadura en la masa, pero no residuo. Nos puede costar, porque pesa la historia.
Quizás ser pocos ayude a purificar.
—Podemos ver este momento con pesar, pero no es para lamentarse. Las crisis son oportunidades. Estamos en un momento de repliegue en cuanto a número, pero debemos ganar en calidad y calidez evangélicas. Nos sobran retórica y argumentos.
Acaba de estar en Madrid en unas jornadas sobre sostenimiento de la Iglesia. ¿Es sostenible?
—Cuando hablamos de esto, enseguida pensamos en dinero, en la aportación económica. Tenemos que superar la idea de servicio religioso por el que pago una tasa o donativo y ya he cumplido como cliente. Debemos pasar de un cristianismo clientelar a uno discipular. De un cristiano cliente a uno creyente. La gente consume religión —fiestas, romerías, celebraciones, sacramentos…—, pero ¿hay discípulos creyentes? Desde ahí se entiende la responsabilidad y es cuando lo económico tiene sentido.
¿Qué tiene que decir el arzobispo de Santiago ante las elecciones?
—Más que dar una consigna, se trata de reclamar a la gente que ejerza su derecho de participación. Tenemos derecho a participar. Confío en la madurez de los laicos y en su discernimiento conforme a los criterios evangélicos y la doctrina social de la Iglesia. Preguntémonos por la calidad humana de nuestros políticos, por si su trayectoria habla de un proyecto de bien común o partidista. Eso es fácil de detectar. Interroguémonos con madurez como cristianos desde los valores y criterios del Evangelio acerca de los políticos y la acción política y actuemos con libertad de conciencia. No se trata de que los cristianos se identifiquen con un partido político. Eso es un error, como ha demostrado la historia.
Como gran aficionado, ¿sigue teniendo tiempo para el cine?
—«Que todo en la vida es cine y el cine sueños son», cantaba Aute. Hace tiempo que no puedo ir a una sala, pero, a través del streaming, me gusta volver a los clásicos. La última, El hombre tranquilo
Fuente: Fran Otero | Alfa y Omega