El testimonio de Ana…

Este sábado he tenido que salir a comprar a una tienda del centro de Pontevedra bastante alejada de mi calle. Ya sé que nos recomiendan comprar en tiendas próximas a nuestras viviendas pero lo que tenía que comprar era algo específico que sólo podía encontrar allí. Cuando salí de casa camino a la tienda iba mirando para todos los lados disfrutando de la paz que se respiraba, del silencio, de la tranquilidad…podía pararme a ver todo lo que me rodeaba sin interrupciones de ningún tipo, sin movimientos por todos lados, sin ruidos de coches, sin voces  hablando a gritos por el móvil y pensaba que un poco de tranquilidad en las calles no estaba nada mal. Y ahí di de lleno con el matiz, «un poco» porque una vez que venía de regreso con mi compra la sensación fue bien distinta. Estaba pasando por zonas en las que habitualmente había un trajín de gente por ser muy céntricas y sin embargo esta vez no había nadie, no había nada, el silencio era absoluto, la quietud total. Estando ya cerca de mi casa entré en una calle en la que me invadió una sensación muy extraña y angustiosa. Miraba hacia adelante y no había nada, un silencio como de desierto o incluso peor pues ni siquiera se oía el aire al moverse, había como un vacío total. Miraba hacia los lados y más de lo mismo, nada. Alcé la mirada hacia arriba porque pensé que quizá estaría alguien mirando por la ventana pero no había nadie. Allí parada recorrí  con la vista todo lo que me rodeaba y nada de nada. A medida que fui avanzando por la calle me iba invadiendo una sensación inquietante, me sentía la única persona del planeta, era como si la humanidad hubiera sido aniquilada y empezó a entrarme algo de miedo, más bien pánico y apuré el paso hasta llegar a mi calle en donde, al menos, había alguna persona eso sí pocas, en el más absoluto silencio y colocadas en fila a una distancia prudencial esperando para entrar al supermercado. Me paré a observar la escena y mi estado no mejoró. Ahora era una profunda tristeza lo que sentía. Las personas más que humanas parecían autómatas, no hablaban entre ellas y prácticamente ni se miraban… Me pregunté ¿Qué nos está pasando?…¿ Nos hemos olvidado de quienes somos?..¿ Nos hemos convertido en una especie de robots?.

Pasé todo el día con «mal cuerpo» primero porque no entendía por qué recorriendo el mismo trayecto,  la sensación del camino de ida a la tienda fue una y a la vuelta la contraria y lo que es peor no conseguía entender cómo esta pandemia nos estaba transformando de ser seres altamente sociables a convertirnos en una especie de islas humanas. Es cierto que debemos mantenernos a distancia unos de otros, pero ¿ desde cuándo eso nos ha impedido hablar? Ahora parece que nos miramos con cierto recelo, como si el otro fuera un apestado y pudiera contagiarnos sólo con mirarnos, porque ni a la cara nos miramos.

Fue uno de los días más tristes que recuerdo.

Por la noche, en las noticias, el presidente del gobierno anunciaba que se empezaban a relajar un poco las medidas de este confinamiento y no solo  los niños podrían salir a pasear, en una semana también podríamos salir los mayores. Esta noticia me hizo mucha ilusión porque después de la experiencia vivida esa mañana entendía que esta situación de encierro empezaba a hacer mella en mi ánimo pero, al mismo tiempo sentía cierta preocupación por cómo íbamos a reaccionar en esa primera salida. Igual algunas personas decidían no salir por miedo al contagio o si decidían salir lo harían con tanto miedo que le impediría disfrutar de ese momento. Quizá vayamos huyendo unos de otros y ese control por mantener las distancias genere más estrés que alegría… Yo que sé. Me acosté con toda esta mezcla de extrañas sensaciones.

Pero Dios es Grande, muy Grande y esta mañana me ha permitido vivir una escena maravillosa que ha borrado de un plumazo mi agobio. Estaba haciendo cosas por casa y, de repente, oí unos gritos infantiles. Era bien temprano y hacía tanto tiempo que no se oían voces de niño en la calle que salí corriendo a la ventana. Había un niño en la acera mirando hacia arriba y gritando.
¡Abuelo, abuelo, sal que estoy aquí!

De repente vi abrirse una ventana  y la cabeza de un señor mayor que se asomaba con una enorme sonrisa.  ¡Que diferente esta escena a la de ayer! No había ni un ápice de tristeza, miedo o preocupación sólo había alegría y felicidad. Se produjo un maravilloso diálogo entre ellos de amor y esperanza a pesar de que les separaba más distancia del ya conocido metro y medio y hubo muchos, muchos besos lanzados al aire.

Fue un momento de mucha emoción que agradecí a Dios  y que yo viví como la respuesta del Señor a mi angustia, a mi preocupación, porque el Señor es así, se comunica todos los días con nosotros, a través de personas, de gestos, de situaciones, de la misma naturaleza…en todo hay signos de Su presencia y en nuestras manos está aprender a reconocerlos.

Hoy Jesús me tranquilizó y me enseña que debemos ser como ese niño  y mostrar nuestra alegría, nuestra emoción y nuestros deseos de volver a recuperar nuestra esencia de seres sociales y necesitados de comunicarnos, de relacionarnos sin miedo y aunque los gestos físicos de cariño tendrán que esperar un poco, para eso están los besos lanzados al aire.

¡ Sed como niños ! ….. ¡Que razón tienes Maestro!

Testimonio de Ana Penas Balchada

 

 

 

 

 

 

 

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