El Papa en el Ángelus: «Pidamos la gracia de sorprendernos cada día por los dones de Dios»
“¿Sabemos ver el bien y ser agradecidos por los dones que recibimos?” Fue una de las preguntas que el Papa Francisco dejó este cuarto domingo de Cuaresma para la reflexión a los fieles que, como cada domingo, se convocaron en la plaza de san Pedro para escuchar su comentario sobre el Evangelio del Día y rezar la oración mariana del Ángelus.
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Corazones cerrados
El Evangelio del día – comenzó diciendo el Santo Padre – muestra a Jesús que devuelve la vista a un hombre ciego de nacimiento (cfr Jn 9,1-41). Pero este prodigio no es bien recibido por varias personas y grupos: los discípulos buscan un “culpable”, los vecinos se muestran “escépticos” y los padres del hombre sanado “temen a las autoridades religiosas y no se pronuncian”. El Evangelio de hoy muestra «cómo procede Jesús» y cómo procede «el corazón humano»: el corazón humano bueno, el corazón humano tibio, el corazón humano timorato, el corazón humano valiente.
En todas estas reacciones, emergen corazones cerrados frente al signo de Jesús, por varios motivos: porque buscan un culpable, porque no saben sorprenderse, porque no quieren cambiar, porque están bloqueados por el miedo. Y tantas situaciones se parecen a esto hoy. Ante algo que realmente es un mensaje de testimonio de una persona, es un mensaje de Jesús, caemos en esto: buscamos otra explicación, no queremos cambiar, intentamos buscar una salida más elegante que aceptar la verdad.
El testimonio sencillo y libre
El único que reacciona bien – continuó diciendo Francisco – es el ciego: feliz de ver, testimonia lo que le ha sucedido de la forma más sencilla: “Era ciego y ahora veo”. Primero se veía obligado a pedir limosna y sufría los prejuicios de la gente: “es pobre y ciego de nacimiento, debe sufrir, debe pagar por sus pecados o por los de sus antepasados”. Ahora, libre en el cuerpo y en el espíritu, da testimonio de Jesús: no inventa nada y no esconde nada.
No tiene miedo de lo que dirán los otros: el sabor amargo de la marginación ya lo ha conocido durante toda la vida, ya ha sentido sobre él la indiferencia y el desprecio de los transeúntes, de quien lo consideraba como un descarte de la sociedad, útil a lo sumo para la piedad de alguna limosna. Ahora, curado, ya no teme esas actitudes de desprecio, porque Jesús le ha dado plena dignidad: en sábado, delante de todos, le ha liberado y le ha donado la vista sin pedirle nada, ni siquiera un gracias, y él da testimonio. Ésta es la dignidad de una persona noble, de una persona que se sabe sanada y renace.
¿Y nosotros?
He aquí que el Papa invitara a los fieles a preguntarse qué posición tomamos ante esta escena del Evangelio, qué hubiéramos dicho entonces, y, sobre todo, qué hacemos “hoy”:
Como el ciego, ¿sabemos ver el bien y ser agradecidos por los dones que recibimos? Me pregunto: ¿cómo es mi dignidad? ¿Cómo es tu dignidad? ¿Testimoniamos a Jesús o difundimos críticas y sospechas? ¿Somos libres frente a los prejuicios o nos asociamos a los que difunden negatividad y chismes? ¿Estamos felices de decir que Jesús nos ama y nos salva o, como los padres del ciego de nacimiento, nos dejamos enjaular por temor a lo que pensará la gente? Los tibios de corazón no aceptan la verdad y no tienen el coraje de decir: «No, esto es así». Y también, ¿cómo acogemos las dificultades de los demás? ¿Cómo acogemos a las personas que tienen tantas limitaciones en la vida, ya sean físicas que sociales, como los mendigos que viven en la calle? ¿como maldiciones o como ocasiones para hacernos cercanos a ellos con amor?
La exhortación final de Francisco en el día en que la Iglesia recuerda a San José, padre de Jesús, fue a “pedir la gracia de sorprendernos cada día por los dones de Dios y de ver las diferentes circunstancias de la vida, también las más difíciles de aceptar, como ocasiones para obrar el bien, como hizo Jesús con el ciego”.
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Fuente: vaticanews.va